México vence a Corea del Sur con tres goles en cuatro minutos
La Selección Mexicana resolvió en cuatro minutos una trama enrarecida, un amistoso de los que suelen degenerar, una de esas fiestas que termina en catástrofe.
Parecía que la noche era una sesión al diván. Y lo fue, por casi una hora. Crisis existenciales, dudas filosóficas y un serio déficit de puntería y kilotones en el armamento. Pero, una ventisca de aire alpino amainó los efectos del mal de altura. La Selección Mexicana resolvió en cuatro minutos una trama enrarecida, un amistoso de los que suelen degenerar, una de esas fiestas que termina en catástrofe, gracias a las piquetas de Raúl Jiménez, Uriel Antuna y Carlos Salcedo. Un partido freudiano, envuelto por el fantasma del COVID-19, bajo sospecha hasta el último momento por un brote en las filas surcoreanas, que solo adornará el historial.
Paulo Bento debió parchar su armadura, oxidada por el COVID-19. Kim Moon-hwan, central por derecha, dejó expuesta a la retaguardia con su obligada deserción. Martino salivó y afiló el tridente de los mares: Jiménez, Lozano y Corona. Y el partido comenzó como una sesión de tortura para Bento. Jiménez conectó con la coronilla en pleno despegue, 'Chucky' ensayó una pirueta amorfa, 'Tecatito' se recortó a sí mismo, Lozano estampó el cuero en el poste derecho tras la prolongación de Moreno. Y todo lo vio pasar Gu. Tortura, pero sin sangre. Corea no acusó cicatrices y se asomó tras los barrotes. Son, un esteta doctorado en Tottenham, activó desde la izquierda a Ui-Jo, testimonial hasta entonces; el delantero ajustició a Hugo González bajo la línea de gol, como si fuese el cierre de un entrenamiento. Un gol como un resoplo y una pregunta: ¿es en serio?
Lozano entregó la pelota a las espaldas de Jiménez, el ariete reculó y trazó una parábola que cayó como hoja de otoño en el tejado de Sung-Yu. El rosario aún tenía cuentas por gastar. Kyung-won enroscó a Jiménez, quien buscaba un envío de Rodríguez y 'Chucky', custodiado por Du-Jae, apenas punteó el cuero para los dominios de Gu. La dupla gestionó, sin éxito, una enardecida solicitud de pena máxima. Y mientras Son, una cabra en una cristalería, sembraba el caos en la retaguardia de Martino, el Tri jamás claudicó. Erre que erre, con tanta fe como fútbol, y un dejo de incredulidad. La defensa de Bento era un libro abierto. Lozano embrujó a Jin-Yong, pidió pista por la llanura austriaca y Jiménez, con el borde interno del pie derecho, solo estiró la trayectoria del balón hacia la publicidad estática. Primer tiempo kafkiano, de pólvora empapada y brazos en imploro.
Tras el paréntesis, 'El Tri' extravió la brújula y el partido cayó en el fango. Corea absorvió la presión y se desató el corsé. Entonces, Ui-Jo escapó hacia los Alpes, Moreno no lo alcanzó ni en tren, y González desplegó los escudos. Jiménez replicó con un obús de tierra que preparó el escenario para la reconciliación, el final del trauma freudiano: Kyung-won regaló la pelota a 'Chaka', Orbelín encontró un recoveco desde la derecha y Jiménez imitó a Ui-Jo. Un gol por fuerza de gravedad. La acción descorchó la tormenta. Una ráfaga alpina. México encontró, en cuatro minutos, los goles perdidos en el primer capítulo. No todos, a decir verdad, pero los suficientes para resarcir la noche. Jiménez asistió con la espuela, Orbelín imaginó un espacio imposible entre Kyung-won y Du-Jae y Antuna definió con una finura de un acorde de Schubert. Acto seguido, Rodríguez colgó, Moreno devolvió al área y Salcedo partió la cabaña de Wu como lo habría hecho Toni Polster en los 90. Un gol salvaje, pintado por Schiele.
El cotejo aún ofreció minutos para someter a serio escrutinio la puntería de los discípulos de Martino: Rodríguez tiró ancho y Jiménez no volvió a encontrar la llave. En noches con mayor atino, el marcador electrónico del estadio no se habría dado abasto. En pleno listado de conclusiones, Kyung-won remató con el regazo, aprovechado de que Hugo González quedó atornillado. Al final, la noche austriaca fue plácida. Pero pudo ser un tormento.