Saúl Rodríguez domina la pelota para cumplir su sueño
Un accidente acercó a Saúl Rodríguez al fútbol, un deporte del que no era aficionado. Ahora, sueña con llegar a la Selección para amputados y con una casa para su familia.
A Saúl Ernesto Rodríguez no le gustaba el fútbol. No solía verlo, ni aficionarse a ningún equipo. Apenas si lo había jugado en alguna 'cascarita' furtiva. Aquello, cuando era un chico de 17 años, alumno del quinto semestre de la prepa 306 de Tultepec, con los deseos de trabajar y ganarse un sustento con el sudor de su frente. Sudor que hoy le borbota de la frente cuando la pelota queda inerte, domada sobre su coronilla; cuando zancada a zancada, empuje a empuje, impulsa la pelota suavemente con la punta de su pie derecho y alterna el soporte de sus bastones sobre el pavimento hasta volver a la acera con la misión cumplida y un puñado de monedas en la mano izquierda. El entreacto dura lo que la luz verde del semáforo de la Glorieta Morelos en Cuautitlán Izcalli. Luz roja. Los automóviles se detienen con delicadeza frente al imaginario paso de cebra. Saúl vuelve a enfilar, impulsa el cuero con los mismos golpecitos cadenciosos y desfila hacia el centro de la calle. Entierra el pie en el asfalto y la pelota sube, plácida, hasta quedar dormida en su nuca. Comienza la magia.
El fútbol no era parte de su vida, pero hoy es indivisible de ella. Cuatro años. 21 de agosto de 2014. Saúl estrenaba trabajo en una herrería en Tultepec cuando un zaguán industrial cayó sobre su pierna izquierda. Era sábado y Saúl había entrado a la herrería el miércoles. No volvió. Pasó dos meses en el hospital del IMSS de Lomas Verdes. Los médicos no pudieron salvar la pierna. De hecho, querían amputar aún más arriba debido a que el cuadro de infección había superado la rodilla. Ahí comenzó la nueva vida de Saúl. Planeaba compaginar su trabajo en la herrería con sus deberes en una carnicería para tener un ingreso extra. El accidente le confinó a la carnicería, que cerró meses después. Sin trabajo, Saúl comenzó a padecer la falta de oportunidades. "Me decían que no iba a poder, que no podía trabajar. No podía encontrar otra 'chamba' igual", recuerda. Hasta que los Guerreros Aztecas, icónico equipo de fútbol para amputados que radica en la delegación Venustiano Carranza de la Ciudad de México, le abrió las puertas en marzo de 2017. El fútbol para encontrar un nuevo sentido de vida.
"Me gusta mucho lo que hago. Me empezó a gustar mucho el fútbol desde que entré al equipo. Empecé con ellos y pocos meses después vine aquí al crucero, para empezar a trabajar", confiesa Saúl, quien desempeñó durante año y medio con los Guerreros Aztecas, que finalizaron el campeonato de 2017 como subcampeones. Saúl viajó con el equipo a Mazatlán, Torreón, Monterrey, Querétaro. Pero todo tiene un fin. Antes que todo, la salud de su hijo Ailán, de tres años, quien nació con una malformación en un pie. La atención que requería la terapia era incompatible con los entrenamientos a deshoras, los viajes y compromisos fuera del hogar. Tenía que trabajar para costear las férulas, los aparatos ortopédicos y las consultas médicas que requería Ailán. "Preferí a mi hijo, obviamente. Dejé un tiempo de jugar, pero ahora gracias a Dios ya está bien y voy a empezar a jugar otra vez", se emociona Saúl.
Cada cuanto, Saúl se embarca junto a un grupo de amigos para probar suerte en otros cruceros del país. León, Guadalajara, Toluca. El próximo destino es Sayulita. La playa. "Para conocer, también". A veces los días no son buenos, ni en Cuautitlán, Tlalnepantla o Tultepec, donde Saúl aparece con su camiseta del América, o de León, o de Necaxa. Si se encadenan dos días de menos de 400 pesos, hay que cambiar de aires. Simplemente, lo presiente, como el navegante que predice si el mar será tormentoso conforme a la luz del amanecer. En alguno de sus viajes a León, un hombre le ofreció conocer a los jugadores del equipo. No recuerda quién. Jamás volvió para llevarlos. Sí alcanzó a divisar un par de jugadores de Pachuca, quienes lo saludaron a distancia. Le quedaron las ganas de visitar el Estadio Nou Camp. Y estrechar manos con los futbolistas 'esmeraldas'. También le gustaría conocer al América. De hecho, los usuarios de redes sociales, conmovidos con su tesón y sus cualidades pese a las adversidades, han iniciado una campaña para que los 'Azulcremas' inviten a Saúl a sus cuarteles en Coapa. "He escuchado que me iban a buscar", desea.
Saúl no guarda predilección por ningún equipo en particular. Creció sin el fútbol en su vida y por eso no tiene ninguna conexión que remita a la infancia, a los recuerdos, a aquella edad imberbe plagada de sueños en metamorfosis a un ídolo. Eso sí, la magia de Ronaldinho lo hipnotizó, gozó con los goles de Omar Bravo, y admira, actualmente, la hegemonía Cristiano-Messi. Luce la camiseta del América porque forma parte de su colección, no porque deba su lealtad a sus colores. De hecho, la Tienda Deportiva GL le regaló un jersey oficial de los azulcremas, que ha añadido a su repertorio. No obstante Saúl es más afín a las luchas, a Psycho Clown y el Perro Aguayo. Y al box, que practicó como pasatiempo hasta entrar a la preparatoria, para imitar los contragolpes de Juan Manuel Márquez.
El sueño de Saúl, a mediano plazo, es integrar la Selección Mexicana para amputados. Aspiró a hacerlo en 2018, sin embargo, las visorías coincidieron con su salida de los Guerreros Aztecas. Ahora tiene tres años por delante, para prepararse para el siguiente Mundial. Su gran meta es comprar una casa propia, un patrimonio para su familia, para Yazmín, Ailán y Dilan. Por ahora, Saúl es feliz con su vida, con lo que el destino le deparó después del 21 de agosto de 2014: "A lo mejor no es un trabajo 'bien', pero igual lo que hago no es malo, no estoy robando, no estoy pidiendo, no estoy estirando la mano, estoy haciendo un truco para que la gente me apoye. (...) Soy feliz, muy feliz, la vida es un poco complicada, pero no hay nada que me impida que sea feliz. Vivo bien con mi familia, no tengo problemas con mi esposa, me va bien gracias a Dios, aunque esté aquí seis horas bajo el sol. La gente me apoya". El fútbol en las calles no es el único sustento de la familia Rodríguez. Junto a su esposa, posee un puesto de carnitas en Tultepec, ubicado sobre la Avenida Francisco Sarabia, cerca de la cuchilla con la calle Xicontecatl. El negocio atiende solo sábados y domingos de 5 am a 2 pm, y Yazmín es la encargada mientras Saúl hechiza a la pelota en Cuautitán. La encarnizada y valiente batalla del día a día.
Saúl apenas cae en cuenta de que se ha convertido en un ejemplo de perseverancia para las personas. No estaba al tanto del efecto que su vídeo había causado en las redes sociales. Pero sí está consciente del apoyo que le brinda la gente cada día en el crucero de la Glorieta Morelos. "Mucha gente pasa y me felicita. Me dicen que le eche muchas ganas, que qué bonito mi trabajo, qué bueno que me gano la vida así y no haciendo otras cosas. Al principio, no me imaginé ser un ejemplo, pero luego que la gente me empezó a ver y me empezaron a salir los trucos, dije 'voy a echarle ganas'". No obstante, la lucha de Saúl también se extiende hacia la discriminación, el prejuicio. Las manos están extendidas, pero también, tristemente, están los puños cerrados, las miradas desviadas. "De repente pasa la gente y te ven para abajo. Lo entiendes si son niños, pero la gente grande... Te subes a un camión y se hacen a un lado. Eso no está bien. A veces la gente te da un asiento, y no es que yo lo necesite, porque puedo estar parado; no tengo mi pie, pero puedo hacer las cosas, no al 100%, pero puedo. Que nos vean normal, no porque esté así me van a discriminar". Pero las metas siguen intactas, a pesar de los infortunios, del sol de medio día, de las seis horas sobre el asfalto quemante, de los pelotazos que no caen donde debían. "Los límites se los pone uno. Si me propongo hacer algo, y pienso que lo voy a lograr, lo voy a lograr. La discapacidad es mental, no física", despide, antes de volver al enlosado, y que comience la magia.