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100 historias de la Copa del Mundo | 32

Gordon Banks niega a Pelé en el primer 'partido del siglo'

Uno de los mejores encuentros de todos los tiempos tuvo su punto culminante en sus primeros minutos, cuando el portero inglés realizó la 'mejor atajada de la historia'.

México DF
Gordon Banks niega a Pelé en el primer 'partido del siglo'
Especial

La fuerza imparable contra el objeto inamovible. El partido de una vida. Nadie lo definió mejor que Hugh McIlvanney para las hojas de The Guardian: "Los jugadores acuden a ciertos encuentros a sabiendas de que el resultado se quedará con ellos, no importa qué tan inconsciente, por el resto de sus vidas. La derrota depositará un pequeño sedimento imposible de erradicar. La victoria dejará pequeñas burbujas de felicidad que nunca desaparecerán". El fútbol entonces, y quizá ahora, no podría ofrecer nada mejor; su cenit estético, interpretativo, emotivo. Su Renacimiento, su escuela florentina, su Piedad de Miguel Ángel. "Un partido de adultos", lo describió Mario Zagallo.

Brasil e Inglaterra, favorito y campeón vigente, se medían en su segundo enfrentamiento de la Copa del Mundo de México '70 en un Estadio Jalisco radiante, el césped que parecía quemarse, el sol de mediodía que acompañó al arte. 66,843 personas atestiguaron la perfección convertida en fútbol. La calidad del juego de posesión, secundado por ambos; la disciplina táctica británica, simbolizada por el pretoriano marcaje de Bobby Moore a Pelé; las ocasiones in-extremis, forzadas al no-error gracias a la diligencia de las zagas; el no-error como neologismo cuando el esmero y sus circunstancias trascienden a la falla. Sobre el campo desfilaron Carlos Alberto, Gordon Banks, Jairzinho, Bobby Moore, Tostao, Bobby Charlton, Rivelino, Geoff Hurst, Pelé, Martin Peters; el elenco del Padrino, la alineación de Cream, el Dream-Team de 1992; no habría nada mejor.

El partido apenas había superado los 10 minutos cuando Jairzinho escapó de la custodia de Terry Cooper, confrontó a la línea final y apuró su punterazo que planeó sobre la zona militarizada de Banks. Pelé ocupó un espacio en blanco entre el 'área chica' y el punto de cal y, como sostenido por propulsores, se suspendió en el aire hasta encontrarse con la pelota con la frente. Martillazo sólido, estético, como el remate de un arabesco sobre la madera. El balón, un bólido, golpeó en el césped; ahora le acompañaba una estela de fuego. Banks arqueó su cuerpo, juntó las manos, como un felino que aferra a su presa en el aire, y el balón se elevó pavorosa y eternamente hacia arriba del travesaño, hasta perderse en las confinidades del universo. El propio Banks confesó tiempo después que apeló al instinto de supervivencia: "Una vez que toqué la pelota, no tuve idea de a dónde iba a parar". A la inmortalidad, ahí.

McIlvanney se llevó las manos a la cabeza. "Jesucristo, ¿viste eso?", espetó asombrado, según recuerda Will Buckley en las mismas páginas del Guardian. Mientras Banks, quejoso, se revolcaba de dolor sobre el césped, la leyenda tomaba forma a su alrededor; los testigos la asimilaban y ya habían comenzado las hipérboles del boca-en-boca. Bobby Charlton se acercaba a su terruño para defender el tiro de esquina subsecuente cuando, apenas, salía del pasmo. "En cuanto la vi, pensé inmediatamente que era la mejor atada que había visto", confesó a la BBC. Banks reveló a la misma cadena que el dolor no se debía a un número artístico, ni a una premeditada invitación para que los actores digirieran el milagro, sino a la dureza del campo del Jalisco: "Era como tirarse sobre una calle".

Fue la única vida extra que Banks pudo comprarse aquella tarde. El riflazo de Jairzinho, a los 59 minutos del tiempo de juego, fue a prueba de milagros. Fogonazo furioso de pierna derecha al poste contrario que habría hecho añicos las palmas de 20 clones de Banks. Mención honorífica merece la asistencia de Pelé, quien poseyó el espacio-tiempo con un control y un punterazo; la segunda vez que O Rei sedujo a Cronos en un día. Fue el gol que selló el 'Partido del Siglo', hasta entonces. Que, días después, Gigi Riva, Franz Beckenbauer y compañía tenían una historia que escribir.