La tormenta de San José, Graham Zusi y el terror
La Selección Mexicana vivió uno de los peores momentos de su historia en San José. Un gol estadounidense salvó el barco cuando estaba por hundirse.
"Deben confiar en nosotros", clamó Vucetich tras la tormenta. La lluvia pesada, lisérgica, épica de San José. "Sí, claro que sentimos vergüenza", espetó Javier Hernández, con los ojos tan abiertos como le dan las órbitas oculares, un síntoma de estrés post-traumático. En 30 años, la Selección Mexicana nunca estuvo tan cerca del abismo. El último partido del hexagonal, en San José frente a Costa Rica, puso al Tri cara a cara con sus peores miedos, sus peores sueños. Porque las pesadillas son las expresiones más oscuras del alma. La Selección suele coquetear con su pulsión de muerte durante las eliminatorias, pero nunca como en 2013.
11 puntos en nueve partidos: dos ganados, cinco empatados, dos perdidos. Solo una victoria en el Estadio Azteca, el terruño inexpugnable. Todo mito se deshizo con la lluvia de San José, a migajas. En extrema urgencia, al borde del soponcio, con el pecho rebosante de adrenalina y temblores, llegó la Selección de Vucetich a Costa Rica. Una consigna: ganar. Ganar para evitar dramas. Y en ese camino, llegó el drama máximo. El aforismo, la obligación, el ideal dictaba que México debía y podía salir victorioso para reservar su boleto para el Mundial de Brasil sin otra escala. Sin calculadoras. Sin rezos.
Pero rezaron. Bryan Ruíz rompió la zaga con un brutal giro sobre su eje, con la pelota danzando en su cabeza, y partió por la mitad la portería de Guillermo Ochoa. Y la lluvia, cada segundo más espesa, más ácida. Remolcados por el tesón del 'Gullit' Peña y Oribe Peralta, México apaciguó el oleaje. Acto seguido de que Chicharito erró el gol más sencillo de su carrera, al pisar con el talón cuando la portería estaba abierta de par en par, Oribe envío un tiro a la escuadra que terminó dentro de la cabaña de Keylor Navas. Sosiego. Respiración acompasada. Y la lluvia que se había detenido.
Y llegó el terror. El terror verdadero. Mientras Jamaica fallaba en aplacar a Honduras, Saborío pescaba un centro de Gamboa. Remate a placer, más solitario que el Viejo de Hemingway en el mar. Y la tormenta se descorchó. A cántaros. Una catarata descendía de los cielos mientras el verde de la playera se borraba. Esperen, 1-1 en Panamá. El partido en Costa Rica desapareció. El destino de México ya estaba sellado en San José. Desaparecería si solo dependiera de ello. Su destino se dirimía a 851 kilómetros, a orillas del Canal, en manos de su gran rival, su gran torturador, su gran bienhechor. El terror llevó al delirio. El delirio a la vesania. La vesania al surrealismo.
Los límites entre realidad y ficción se derrumbaron cuando los seleccionados imploraban, con los cabellos empapados, por un milagro. Y llegó. Centro de Orozco y remate de Zusi. Frentazo sólido, incontestable, colosal. Las gargantas desgarradas, los cuerpos en el césped, las lágrimas entremezcladas en la lluvia, el corazón retumbante. El gol de Jóhannsson fue una anécdota. 11 puntos, la misma suma que antes del encuentro. Pero el cabezazo de Zusi ahogó a Panamá. La lluvia terminó por purificar a México, aunque para llegar a Brasil hubo que transbordar una última escala en Nueva Zelanda. El terror, el verdadero terror, había terminado.