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En Qatar tampoco llegamos al quinto

Ciudad de México

Llámenme bruja si quieren, porque desde ahora, incluso cuando todavía no se han repartido todos los boletos para el Mundial de Qatar, puedo predecir lo que pasará con la Selección Mexicana. No es que sepa muchísimo de fútbol o que crea que el deporte está arreglado; es más, me gustan mucho los deportes como para pensar en esa idea. Es simple: si no aprendes de tus errores estás condenado a repetirlos.

Esa ha sido la historia de la selección de México. Un fútbol sin rumbo, sin identidad ni objetivos bien trazados, que va dando trompicones en el campo durante los Mundiales y en el proceso que lleva a ellos. Mucho me argumentaran que el objetivo desde hace ya varios años es el famoso ‘quinto partido’. Si es así, algo debemos de estar haciendo muy mal en el camino, que cada vez se ve más lejano, incluso imposible; y si la meta es tan alta que por más que pasen las generaciones sigue inalcanzable, hay que hacer el propósito más accesible. Lograr algo y de ahí construir. Si no es solo perder el tiempo.

Suena un poco ridículo que con la cantidad de dinero, afición y pasión que hay en México por el fútbol el objetivo sea jugar cinco partidos en la máxima fiesta. Y es absurdo pensar que ese es el objetivo desde hace muchísimos años. Nuestro fútbol vive en un círculo de frustración del que no ha podido salir y eso se debe a varios factores.

Si lo analizamos fríamente, empieza el proceso de un técnico nuevo que normalmente logra ganar la Copa Oro. Estando en la zona más débil, la clasificación al Mundial siempre es complicada; es más, si jugáramos en cualquier otra Confederación, el objetivo sería clasificar, porque la gran mayoría de los procesos estaríamos fuera: en los últimos 315 minutos jugados de eliminatoria, México lleva un gol, y fue de penalti; Canadá, que vuelve después de 36 años a una Copa del Mundo, suma ocho.

Pese a las dificultades para la clasificación, el mexicano tiene la gran capacidad de creer en los milagros, de pensar que en el Mundial se arranca de cero, de pensar que los procesos que viven las demás selecciones de poco valen y que, al llegar a la sede, México podría ser campeón. De verdad que lo creen. Algunos hasta intentan calcular el camino y cómo se vislumbra cada partido para que las matemáticas cuadren. Esta actitud, un tanto tierna, es bastante dañina si nos ponemos a pensar en un proceso serio. El aficionado debe de conocer más, de entender más, esperar más y exigir más.

Si a esto sumamos que en los últimos Mundiales hemos derrotado al equipo que parece el más fuerte del grupo, el antecedente no ayuda nada. Derrotar a la peor Alemania de los últimos años en Rusia fue una gran sorpresa, fue un gran sentimiento, pero no nos iba a hacer campeones del mundo. Para los más optimistas, tampoco me sirve el argumento de la medalla de oro en Londres 2012, ni los campeonatos de las selecciones juveniles; son escenarios y formatos muy distintos.

Casi de manera obligada clasificamos a octavos de final, donde siempre hay un momento de partido donde brilla la esperanza, algunos minutos en los que el buen fútbol puede justificar todas las ilusiones que el aficionado creó durante cuatro años. Pero normalmente la mente nos traiciona, parece que los complejos pueden más que el hambre de hacer historia y de mostrarnos ante el mundo. Llegan los errores, las distracciones y la eliminación.

La afición pasa de verse levantando la Copa a sentir vergüenza, jurar nunca más ver un partido, no comprar la camiseta y buscar culpables en redes sociales. Un proceso similar al del futbolista y el seleccionador. Pero nunca se llega a conclusiones valiosas, a buscar nuevas alternativas. La respuesta siempre es la misma: buscar otro técnico, lo que solo hace que inicie este círculo vicioso nuevamente.

México estará en Qatar. Es más, con el nuevo formato de 48 selecciones es muy probable que México no vuelva a perderse un Mundial. Es la fiesta que esperamos cada cuatro años. Me gustaría ver que las ilusiones están fundadas en el campo, en el desempeño, y no solo en anhelos. No esperemos resultados distintos haciendo siempre lo mismo. Por eso, desde ahora, me atrevo a decir, sin descubrir el hilo negro, que en Qatar tampoco llegamos al quinto.