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La mejor lección de Juan Carlos Osorio

Ciudad de México

Juan Carlos Osorio, quien dirigió a la Selección Mexicana durante el Mundial de Rusia 2018, desató la polémica e indignación de los aficionados por unas declaraciones: “Reuní a todos mis jugadores y les pregunté si estábamos preparados para jugar contra Brasil y la respuesta fue silencio. Yo respondí: ‘yo estoy preparado, porque llevo 30 años trabajando para jugar contra los mejores. Es muy difícil transmitirle al jugador esa forma de pensar, porque nace del corazón y la mente. De tener valor moral de jugar ante los mejores”.

Las declaraciones son desafortunadas, porque el primero que queda en evidencia es el técnico colombiano, sin embargo el trasfondo da mucho para el análisis.

El ego es un mecanismo de defensa, que no nos deja aprender ni mejorar. Nos hace vivir en una realidad falsa en la que no es posible romper ese ciclo para crecer. El aprendizaje es súper doloroso, porque parte del reconocimiento de la ignorancia. Y mientras más conocemos, más sabemos qué nos falta por conocer.

El fútbol mexicano se ha atascado y se refugia en falsas premisas como “crecemos contra el rival más fuerte”, “los amistosos no sirven para nada”, “esta es la generación de oro”, o “en este Mundial se llega al quinto partido”. Ya no decir de cuando se cree que seremos campeones del mundo, cuando llegamos a la Copa del Mundo a través del repechaje.

El fútbol mexicano carece de estilo, de proyecto, de escuela. No somos ni siquiera una afición culta, conocedora y exigente. Somos la afición del 'Cielito Lindo' y de 'la ola'. Así vivimos, flotando, esperando algún cambio sin ningún tipo de objetivo o plan. Resguardando nuestro ego en “no era penal”, o defendiendo el grito “eeeh puto", y nada de eso nos va a hacer tener mejor fútbol.

Hay tres fases del ego, cada una se vive distinto y necesita su propio proceso. En primer lugar es la humildad; la humildad de reconocer que no sé todo, que quiero y necesito saber. Poco veo en nuestros futbolistas ese hambre de mejorar, de crecer, de aprender, más allá de “imaginarnos cosas chingonas”. El esfuerzo tiene que estar hecho, porque el tiempo que no inviertes en entrenar alguien más lo está aprovechando.

El siguiente paso del ego es cuando se logra el éxito. Porque es muy fácil perder piso y dirección. En un equipo esto es, forzosamente, labor del técnico. Si se le gana a la Alemania campeona del mundo en el partido de debut de un Mundial es necesaria la labor de un líder que no deje que el equipo se pierda y se sienta inseguro. Un técnico no pregunta a sus jugadores si están listos, él debe de tenerlos listos. Debe saber la capacidad de su equipo; ubicarlos, motivarlos y dirigirlos. No cuestionarlos para hacerlos dudar.

Un líder es el que toma el primer golpe y asume la responsabilidad. Tras las declaraciones de Osorio, dudaría mucho si es el técnico que quiero para mi equipo, porque es capaz de romper secretos de vestidor, exponer debilidades e inseguridades con tal de dignificarse.

El tercer paso del ego es cuando hay problemas. Cuando hay lesiones, cuando las cosas no salen como se planearon, cuando no se logran los objetivos. Esto requiere de un trabajo interno muy fuerte; saber que estoy haciendo todo lo que se puede al interior sin preocuparse por lo externo.

En el éxito, pero sobre todo, en la derrota, la medida debe ser uno mismo. Si constantemente juego mi mejor partido, eventualmente y cada vez de manera más constante ganaré a rivales más fuertes. Si nuestra métrica es el nivel de la Concacaf, poco se podrá avanzar.

Si el orgullo está en el proceso y no en el resultado, tendremos mucha más seguridad en lo que se está haciendo y podremos disfrutar incluso de los partidos amistosos contra rivales más débiles. El ejemplo perfecto es la selección de Islandia: sus resultados y logros de los últimos años han sido los mejores de su historia.

El fútbol mexicano tiene que partir de una base real para saber cómo puede avanzar hacia lo que quiere ser. Trabajo día a día compitiendo contra nosotros mismos. Callando el ruido que generan el éxito y el fracaso para avanzar en silencio. Estas declaraciones parecen haber sido la mejor lección de Osorio.