Un día con la selección de Bermudas: risas y confianza
El buen ambiente corre en la concentración de los 'Gombey Warriors'. Las cámaras y los aficionados brillan por su ausencia en el hotel donde se alojan.
Nahki Wells desmenuza un fajo de boletos para el partido frente a México. Zeko Lewis se pasea por el lobby del hotel con el teléfono celular en la mano derecha y la mirada fija, serena, que apunta hacia la nada. Willie Clemons cojea del pie derecho, que tiene vendado a la altura del talón. Liam Evans, el único blanco del equipo, estira las piernas sobre una mesilla de caoba. Kyle Lightbourne, entrenador, analiza una presentación de Power Point con su staff, sentados en uno de los sillones del salón central. No hay asedio. Cámaras. El escrutinio de los móviles y las redes sociales. El suave escurrir de las olas turquesa en la arena de talco sonoriza, con notable atino, la estadía de la selección de Bermudas en el Coco Reef Resort. Es la calma antes de la tormenta. Un retiro de expiación antes de encarar un momento, quizá, definitorio, catártico. "El partido más importante en Bermudas", sentencia Wells.
A las 9 de la mañana, los jugadores caminan entre los jardines y las villas hasta llegar al comedor. Fruta, huevos, pan tostado, jugo. Tres mesas alargadas. Las carcajadas rompen la solemnidad. Después de las 10, el grupo se dispersa y Lightbourne departe con sus asistentes y delegados de la Asociación de Fútbol de Bermudas en una mesa aparte. En punto de la 1 de la tarde, puntualidad británica, los futbolistas vuelven a aparecer en los senderos camino al comedor. Tras el almuerzo, el plantel se reúne en los sillones del lobby. Una pareja mayor pregunta a Clemons quiénes son y contra quién juegan. "Bermudas, enfrentamos a México mañana", contesta. "Bueno, mucha suerte", desea el hombre, quien sube las escaleras a paso doliente, auxiliado por su pareja, quien sostiene con una mano su brazo izquierdo y la otra la coloca suavemente en su espalda. Casi todos escudriñan sus celulares, alguno con hastío, como Marco Warren, quien cierra los ojos por un momento, como para abstraerse. Ahora no hay sonrisas, sino absoluta concentración. Silencio. Después de contar los boletos, Wells camina hacia una habitación oscura escondida tras las paredes de espejos. Cuando la luz difumina la negrura del fondo, aparece el astro bermudeño encaramado en una cama de masajes. Los minutos transcurren.
1:30. Hora del cónclave. El staff de Lightbourne llama a filas. Los pupilos entran en el mismo salón en el que estaba Wells minutos antes: las paredes de color salmón, los manteles blancos, cuadros de temática caribeña. Los maletines, portátiles, hojas y botellas de agua. El cuartel. El último en advertir el llamado es Cecoy Robinson, quien permanecía hundido en una silla, con la mirada clavada en la pantalla del móvil. 2:30 de la tarde. Hora de una caminata de activación. Los futbolistas se reúnen en la fuente del salón central, custodiada por macetas pintadas de oro opaco y coronada por candelabros rococó. La tensión acumulada se quiebra de golpe con una broma entre Osagi Bascome, uno de los más dicharacheros, y Zeiko Lewis, cuyo andar es pesado, cansino, como si los músculos le doliesen. Las risotadas conquistan el hotel. A las 4 pm, el transporte está listo para trasladarlos al Bermuda National Stadium, donde realizarán el último entrenamiento antes de uno de los partidos de sus vidas, un mote que se ha repetido en un año de ensueño para el fútbol bermudeño: participación y debut, con una victoria, en la Copa Oro, y triunfo en Panamá por la Nations League. Y sin embargo, en su apoteosis, la calma impera.
A las 9 de la noche, los 'Gombey Warriors' vuelven de la práctica. El ritual se repite para la cena, pero ahora hay visitas. Lightbourne charla con dos conocidas, mientras Wells posa para una fotografía con una niña aficionada. El desfile hacia el comedor está impregnado de camaradería, saludos a distancia, carcajadas y un desenfadado aire a tranquilidad. No hay espantos. A las 10:30, algunos permanecen en el lobby, charlando entre susurros y ni una botella de agua a la vista. Lightbourne se despide, no sin antes saludar a la camarera del bar y pedir un refresco. Las bocinas, que solo reproducen reggaeton, resuenan con mayor volumen conforme la noche se asienta. La calma del mar Caribe. El arrullo de las olas por la noche. La última velada antes de la historia. "Podemos hacer historia", deseó Wells.