El rugido del León, una afición que no abandona
El estadio Kukulcán se ha transformado en un parque de fiesta e intensidad con sus peloteros, así como una selva densa e intimidante para sus novenas enemigas.
El estadio Kukulcán es un imponente escenario digno del rey de la selva, pero es cuando su gente aparece que se convierte en una de las fortalezas más temidas del béisbol mexicano. Con un verde en sus butacas que se mezcla desde detrás del plato hasta el jardín central con la pasión de cada uno de los aficionados, el inmueble y sus invitados se convierten en un arma intimidante contra las novenas rivales.
En el cuarto juego de la serie, con un lleno inminente tras la demanda en taquillas, el apoyo no cesó, incluso en el primer tercio de partido, cuando la ofensiva de Acereros atacó primero con un par de carreras en la pizarra. A pesar del desalentador momento, el ruido no paró en el Kukulcan, liderados por la porra que se encontraba en detrás del home en la cabecera superior. La intensidad en cada aplauso, en cada queja sobre el umpire, en los suspiros de decepción tras cada error sobre el diamante, todo llenó el lugar con un ambiente con la inminente sensación de que se acercaba una explosión de emociones en las gradas; desde el jardín izquierdo hasta el derecho y de la tercera base hasta la primera almohadilla.
Finalmente, el cuarto inning se convirtió en el momento ideal para que la ofensiva en el terreno pagará con lo justo a sus seguidores. Art Charles se paró sobre la caja de bateo y con un solo swing, tan poderoso que hizo desaparecer todo sonido en Mérida, para un par de segundos después, con la pelota del otro lado de la barda, cada alma en el Kukulcán gritará hasta llevar la garganta al límite, con un amor indescriptible por sus peloteros, su equipo y sus colores.
La velada no terminó ahí para la afición melenuda. El trabajo no estaba hecho y en su papel de guardianes y protectores, presionaron al rival en cada turno al bat, en cada lanzamiento. El resultado fue un solo hit de Monclova a partir de la cuarta entrada, una incapacidad de superar a un público que se negaba a aceptar algo menos que la victoria.
Rugió el león, pero no lo hizo en el diamante, sino en sus butacas, donde demuestra porque es el rey de la selva.