'El Quintano' marcó a Cabinho y vive sin documentos en USA
Gilberto Cruz, defensor histórico de Morelia, ascendió con los 'Canarios' a Primera División y enfrentó a los grandes delanteros de su época. Actualmente radica en Nashville y trabaja reparando celulares.
A sus 60 años, Gilberto ‘El Quintano’ Cruz no guarda arrepentimientos de las decisiones tomadas y sí recuerdos de los sueños cumplidos. La mirada viva, el bigote tupido, la voz ronca y el acento moreliano intacto. Descubrió el fútbol en los campos del llano de la capital michoacana, rumió obstáculos y decepciones en el inframundo del balompié mexicano hasta que encontró su hueco en el lateral izquierdo. Jugó en Primera División, marcó a Cabinho, a Grzegorz Lato, a Leopoldo Jacinto Luque, al ‘Tuca’ Ferretti, a Rubén ‘Ratón’ Ayala, defendió con bravura los colores de Atlético Morelia e Irapuato; sorteó una final para evitar el descenso, participó en dos ascensos, probó suerte en Chicago, un desgarro muscular terminó con su carrera; trabajó en gobierno y el poder judicial y desde hace 17 años radica en Nashville, en el suburbio de Antioch, en irregular situación migratoria, pero con la familia a su lado. Y las memorias sin polvo.
La historia de ‘El Quintano’ comienza mediada la década de los 70. Atlético Morelia anunció una convocatoria abierta para que prospectos menores de 18 años probaran sus aptitudes; Gilberto fue seleccionado para integrar la reserva amateur, bajo la dirección táctica de Luis Alvarado. Sin embargo, al no lograr el objetivo de ascender, la directiva del club opta por renovar la plantilla y ‘El Quintano’ debió cambiar de colores por un año. La Universidad Michoacana, donde inició sus estudios en administración, le permitió cubrir su defensa central en Tercera División hasta que la rectoría optó por disolver al equipo. Pero ‘El Quintano’ sigue aferrado a su sueño. Con las aguas menos turbulentas, Morelia, cuya pizarra dirigía Roberto Ramos, le volvió a abrir las puertas y le ofreció su primer contrato profesional para la temporada 77-78. Mientras tanto, Cruz compaginó su carrera universitaria con el fútbol: “Tenía que levantarme tempranito para ir a la facultad, salir corriendo para ir a entrenar, salir corriendo para comer algo, o a veces ni comer, y regresar a las clases en la tarde. Fue una etapa muy difícil en mi vida”.
Tres años después, un entronque de los que marcan vidas, carreras: una final por el ascenso. El rival, Tapatío, la filial de las Chivas de Guadalajara. El partido de ida, en Uruapan, entonces hogar de los rojiblancos, terminó 1-1. La definición, en el Estadio Venustiano Carranza moreliano, aún está grabado en la memoria de ‘El Quintano’: “Fue un partido trabado, tenso. Pero se logró el ansiado ascenso (1-0, 2-1 global, gol de Horacio Rocha, de penalti). Me tocó vivirlo desde la banca por una fisura en el empeine. Fue una experiencia inolvidable. Muchos de los que ascendimos éramos canteranos, oriundos de Morelia, como el portero Félix Madrigal, ‘El Purépero’ Tapia. Nos dirigía ya Diego Malta. Fue increíble”. Junto con el ascenso, ‘El Quintano’ se graduó como Licenciado en Administración por la Universidad Michaocana. Festejo doble.
‘El Quintano’ disfrutó de tres temporadas en la Primera División del fútbol mexicano como lateral titular de los ‘Canarios’. Su primer partido en la máxima categoría fue en la jornada 1 de la temporada 1981-1982, como local en el Venustiano Carranza, frente al poderoso Atlante de Cabinho, Eduardo Moses, Rubén Ayala en ataque, y Ricardo La Volpe en la portería. El resultado no fue el esperado (derrota de 1-0), pero para ‘El Quintano’ fue más que simple caída; fue la consecución de un sueño del que nunca claudicó. “Uno o dos atrás, no me imaginaba ese escenario. Estaba marcado a jugadores que antes veía por televisión. Barbadillo, Muñante, Lato, Cabinho. Te cambia la vida”. Pero Gilberto Cruz, eso sí, jamás se guardó nada al momento de disputar la pelota: “Mis virtudes eran la fuerza y la marca. Yo iba a marcar, no me importaba si era Juan, Pedro, (Juan José) Muñante o Cabinho, yo iba con todo. No era un jugador con mucha técnica, pero la voluntad y la humildad me caracterizaban. Yo venía de barrio, mi padre era campesino. Si había que meter la pata arriba de la rodilla, pues la metía. Lo importante era que no pasara el jugador rival”, ríe.
En la temporada 82-83, ‘El Quintano’ y Atlético Morelia sobrevivieron una final para evitar el descenso. Una eliminatoria de infarto frente al Zacatepec desembocó en un partido de desempate después de un marcador global de 4-4, sin ventaja al gol de visitante. Al cotejo definitivo, celebrado en el Estadio Azteca el 25 de mayo de 1983, le bastó un gol de Jacinto Ambriz después de que Ricardo Castro entregara un penalti. Sin embargo, el nexo con la directiva se rompió, pese a los objetivos conseguidos. “Consideré que, de acuerdo a mi rendimiento, no estaba recibiendo lo que creía que debía ganar. Hubo algunas diferencias con la directiva. Me pusieron transferible, pero con una tasa muy alta. Si yo no firmaba con algún equipo antes la primera fecha (de la próxima temporada), no podría jugar durante un año. Hubo interés de dos (Tecos, Atlético Potosino). Había jugado toda la temporada de titular. Creía que merecía ganar al parejo de mis compañeros, pero no se pudo”, recuerda, aún con un dejo de dolor. “Ahí cerró mi ciclo. No se valora al que viene de cantera. Pero estoy agradecido con el club que me dio la oportunidad de jugar en Primera”, sonríe mientras apura la botella de cerveza.
Corría el año de 1984 cuando ‘El Quintano’ dejó Morelia y viajó a Chicago, donde vivía una de sus hermanas, para integrarse a un periodo de pruebas con el Chicago Sting, equipo que pertenecía a la NASL. Entonces, Diego Malta, su técnico en Morelia, lo contactó. Irapuato había contratado sus servicios y el estratega necesitaba un defensa de confianza. Sin pensárselo dos veces, Cruz volvió a México para enfundarse la casaca de los ‘Freseros’. Pero las lesiones no fueron permisivas con él. En un entrenamiento de pretemporada, se rasgó la pierna derecha con una valla; recibió 18 puntadas. Después de una seguidilla de tres partidos consecutivos como titular en la recta final del campeonato, cuando parecía tomar un segundo aire, un desgarre en la parte posterior del muslo derecho le dejó inhabilitado para disputar la Liguilla de la Segunda División. Al final, ‘La Trinca’ consiguió su boleto para el máximo circuito al derrotar a Pachuca en la eliminatoria definitiva, el segundo ascenso de ‘El Quintano’, pero su contrato ya había expirado. Sin garantías de permanecer en el equipo, lesionado de gravedad, optó por ‘colgar los botines’.
Las oficinas de gobierno sustituyeron a las canchas de fútbol en la vida de Gilberto Cruz. En 1986, fue contratado como auxiliar administrativo en el departamento de recursos financieros en la Secretaria de Comunicaciones y Transportes de Michoacán, donde laboró durante cuatro años. De hecho, ‘El Quintano’ fue la figura de un equipo amateur de la oficina de la SCT. Al entrar la década de los 90, ‘El Quintano’ fichó con el Tribunal del Poder Judicial de la Federación, donde llegó a ejercer como jefe de recursos financieros. 12 años después, los recortes de la naciente administración-Fox terminaron con su carrera gubernamental. A la edad de 44, nadie quiso contratar a Gilberto Cruz, exfutbolista profesional y experimentado servidor público. “Me decían ‘ya estas muy viejo, queremos una persona con nuevas expectativas, con más dinámica’. Cuando sales de la universidad te dicen que te falta experiencia y después resulta que, al pasar el tiempo, cuando ya tienes experiencia y un camino recorrido, ya eres muy viejo”. Sin oportunidades en México, Estados Unidos apareció en el horizonte.
Cruz entró a EEUU con un pasaporte mexicano y visa de turista, pero se quedó a buscar trabajo. Toda su familia lo acompañó. Su esposa Luz María Rodríguez, sus hijos Gilberto, Luis Fernando y Aldair. Chicago fue la primera parada y, tres días después, Nashville, donde ya radicaba su hija mayor, Lizbeth. Era el año 2002. Y desde entonces, Tennessee se convirtió en su nuevo hogar, con su amada Morelia a más de 2,000 kilómetros de distancia. En los primeros años, debió trabajar “en lo que sea”. En una empresa de cromado de metales, en una renovadora de llantas. Actualmente, se gana la vida en la electrónica, como reparador de dispositivos móviles: celulares, tabletas.
Dada su situación migratoria, al haber superado el plazo de vencimiento de su visado de turista, ‘El Quintano’ está en un limbo: si vuelve a México, no podrá regresar a Estados Unidos. 2002 fue el último año en el que pisó su tierra natal: “Ojalá pueda regresar algún día. No he buscado la posibilidad de algún tipo de residencia”. Pero su familia ya está perfectamente establecida. Lizbeth ya construyó su propia familia que vive en una casa cercana en Antioch y su hija más pequeña, Morelia Yuritzi, nació en Estados Unidos y tiene la nacionalidad. Nashville ya está en sus venas y Morelia, en su corazón. Sin embargo, la vida no es fácil, como no la es para los casi 4.5 millones de mexicanos que radican en la Unión Americana sin documentación, según datos Centro de Investigaciones Pew. Las políticas del presidente Trump y el miedo a la deportación son una preocupación de primer orden: “Siempre estamos en la incertidumbre de qué va a pasar mañana, si se puede salir a trabajar libremente o no. Mucha gente está con inseguridad, con miedo, con temor”. Ni él ni su familia, no obstante, han sufrido algún episodio directo de acoso o amenaza, aunque la hostilidad se palpa: “Hay policías que sí son un poco racistas, pero no puedo hablar de lo que no me consta. Sí hay cierta antipatía hacia la comunidad hispana, sí hay racismo, pero si te portas bien no hay nada que temer”.
Admirador de Rafael Márquez, michoacano como él; de Monarcas Morelia y las Chivas, de Messi y Cristiano, del “buen fútbol”. Ferviente seguidor (y crítico, a la vez) de la Selección Mexicana, a la que no duda en ir a apoyar cuando se presenta cerca de Nashville: “Es una conexión con mi tierra que extraño tanto”. Entrenador de un equipo de niños y otro de adultos, en los que participan sus hijos, en ligas sabatinas recreativas del condado de Nashville, a los que ha llevado a diversas conquistas. Hoy, Gilberto Cruz, un hombre sin arrepentimientos y plagado de memorias, degusta el exquisito pozole que preparó Luz María mientras contempla las postales que le quedan de su época de gloria, enfundado en los colores del equipo de sus amores: el amarillo canario y una franja roja que le atraviesa el torso. El fútbol que le dio tanto y que hoy es un recuerdo enternecedor en la nueva vida que él buscó para sí y sus queridos. “No me puedo quejar. Al mal tiempo, buena cara. Estoy viviendo bien, estoy a gusto con mi familia, que es lo primordial”.