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Baño marroquí. Mira que se lo avisé a mis colegas tras ver íntegramente el Portugal-Marruecos (lo disfruté con los amigos del Carrusel). “Ojo a los marroquíes, juegan muy bien y son unos demonios arriba. Nos van a dar mucha batalla”. Tanta que por momentos hasta nos vimos con la soga al cuello y rezando para que no nos cayera un tercer gol que unido a un gol de Irán en Saransk nos hubiera enviado de vuelta a casa. Algo inexplicable después de las buenas sensaciones que nos dejó el equipo en Sochi ante la campeona de Europa: Portugal. Hasta mi hijo Marcos me llamó, tras el 1-2 materializado por el malaguista En Nesyri con un cabezazo imperial, y me dijo aturdido: “Papá, ¿pero qué nos pasa? No parece España. Jugamos con miedo y sin ninguna seguridad”. Así es. Durante muchos minutos vimos una fotocopia borrosa de esa Selección dinámica y creativa que nos deslumbró en la fase de grupos. Llegamos a Rusia por la Puerta del Príncipe y hemos estado a punto de irnos por la del servicio. Todo se arregló con ese final enloquecido que ya se conocen ustedes de memoria, pero no podemos depender del VAR o de la magia de la triple ‘i’ de España: Isco, Iniesta, Iago. Pasamos como primeros de grupo, objetivo cumplido. Pero nada de lo que presumir.

El VAR.Tenía mis dudas sobre su aplicación, pero posee un factor corrector que cada vez me está convenciendo más. No debe intervenir ante jugadas interpretables o discutibles. Pero sí sobre acciones que claramente suponen un error en la apreciación del trío arbitral. El gol de Aspas estaba en el límite del fuera de juego, pero el trazar la línea el VAR constató que era legal. Por el pelo de una gamba, que diría el añorado Luis Aragonés. Pero legal, al fin y al cabo. Por lo tanto, la tecnología nos dio un empate quizás inmerecido pero justo con el Reglamento en la mano. Bendito seas, VAR.

Marruecos, equipazo. Lucharon por el honor de su país y eso les dignifica. La prematura eliminación no les hizo bajar la guardia. Quisieron agradecer el esfuerzo de los 12.000 compatriotas que estaban en clara mayoría en las gradas del Arena Baltika de Kaliningrado. Lo que sí me sorprendió es su excesiva agresividad. A Amrabat, un delantero formidable, le pudieron y debieron expulsar en un par de ocasiones. Con una amarilla encima, el árbitro Irmatov prefirió no complicarse la vida. Pero jugaron bien de verdad. Nos metieron dos goles y no fueron más porque el travesaño evitó un destrozo mayor. Por cierto, De Gea ha encajado cinco goles en los siete tiros que ha recibido en lo que va de Mundial. Transmite inseguridad. Eso es casi peor. Jamás vi tan nerviosos a Ramos y Piqué, la mejor pareja de centrales del mundo. Ante los rusos, yo que Hierro meditaría el asunto. De Gea seguirá siendo “uno de los nuestros” aunque fuese al banquillo. ¿Acaso Kepa o Reina no lo son?

Aspas calidade. Tengo debilidad por el genio de Moaña. Este año he disfrutando con sus goles y sus diabluras en el Celta y ahora el cuerpo nos pide verle más minutos sobre los cuidados campos de Rusia. Está de dulce y eso hay que aprovecharlo. Hay gente como Silva o Thiago que no carburan. Removamos la coctelera y busquemos frescura. Aspas, Asensio, Lucas, Saúl... Quizás sea el momento.

A por los zares. Ahora llega Rusia, que es anfitriona pero no muerde. Prefiero haber eludido en octavos a esa Uruguay guerrera de los Godín, Cavani y compañía. ¡Estamos vivos!