CIEN HISTORIAS DE LA COPA DEL MUNDO | 3

El 'robo' de Al-Ghandour y la ira de Iván Helguera

El Corea vs. España en 2002 es, acaso, el más polémico en la historia del Mundial. España fue eliminada en un partido marcado por un arbitraje insólito.

México

El nombre de Gamal Al-Ghandour no es muy grato en España. Remite a uno de los episodios más surrealistas, frustantes y dolorosos de su balompié; entonces regido por la furia antes que por la estética; por el pasmo, antes que por el arte; le definía el mal agüero y las copas le parecían una quimera. La España de pandereta y chabacanería. Más dada al infortunio, al autosabotaje, al folclor y a la nostalgia.

El Mundial de Corea-Japón 2002. Cuartos de final. Estadio de Gwangju. 22 de junio. La marea roja se desbordaba de las gradas. Cinco días antes, la tormenta de sulfuro había ahogado a la Selección Italiana en Deajeon. Con auxilio de Byron Moreno, claro, quien dejó abierto el grifo. Moreno borró de los registros un tanto legítimo de Damiano Tomassi, envió al exilio a Francesco Totti con ineficiencias en el procedimiento y su miopía selectiva pasó de largo los abusos a los derechos humanos que cometieron los pupilos de Guus Hiddink, tan retóricos como armados hasta los dientes. A España le esperaba una tortura peor.

El infructuoso asedio de 'La Roja' no envalentonó a Corea. Empero, los locales se refugiaron y clamaron por un alto al fuego. En el segundo tiempo, el cabezazo (jorobazo) de Rubén Baraja se anidó en las redes, pero Al-Ghandour, asistido por el trinitario Michael Ragoonath, canceló el festejo. Las pantallas televisivas comprobaron las sospechas: la justicia tiene otras definiciones (o reclamantes) en Corea del Sur. El partido evolucionó hacia la prórroga, tiempo en el que la nube de sulfuro comenzó a instalarse sobre el cielo de Gwangju. En el segundo minuto, Joaquín desbordó desde la derecha, empaló sobre la línea de cal y Morientes, encumbrado sobre Choi, envió la pelota al fondo. Gol de oro, era. Pero Al-Ghandour... Ragoonath juzgó que la pelota había abandonado el campo de juego antes del golpeo de Joaquín. La pantalla volvió a confirmar el grave padecimiento ocular del trinitario y las falencias de los sistemas de justicia surcoreanos.

El encuentro transitó hacia surrealismo mientras Al-Ghandour cercenaba, una por una, cada petición española por encarar a Lee Wong-Jae. Joaquín, por ejemplo, había encontrado un trecho sin forasteros, y se aprestaba a fusilar al guardameta y bajar el telón. Pero no, silbatazo. A cada pitido, a España se le marchitó la vida. En la tanda de penaltis, la tormenta de sulfuro se precipitó cuando Al-Ghandour toleró los movimientos ilegales de Lee Wong-Jae sobre la línea de cal. Dalí, en pleno, un partido en Angelus y ácido desoxirribonucléico. Cuando el tiro de Joaquín murió en sus palmas, la marea roja se llevó a la España de Camacho por delante. El tifón lo devoraría todo, incluida la furia de Iván Helguera, quien deseaba aplicar castigo corporal a su inquisidor.

Al-Ghandour, egipcio, nunca volvió a dirigir un partido. Años después, ante las cámaras de Canal +, apareció para limpiar su nombre. "Nunca cometí un error en contra de España", descargó hacia Ragoonath. "Y si hubiera cometido alguno, habría sido un error humano", matizó, quizá cínico, quizá honesto. En 2015, cuando el FIFAgate destapó las corruptelas en las consesiones de las Copas del Mundo y sus derechos televisivos, trascendió que Jack Warner, cacique de FIFA en Concacaf, organismo que dejó de gobernar en 2011, había designado a Al-Ghandour para llevar los destinos de aquel infausto encuentro. Es decir, que Warner, en su infinita impunidad, no tenía filtros ante las designaciones arbitrales en plena Copa del Mundo, aunque sus funciones ejecutorias no tuvieran que ver con ello. La FIFA y sus misterios.

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