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ATLÉTICO 1-VALENCIA 0

Con un correazo bastó

Un derechazo desde 25 metros que se coló por la escuadra del argentino le dio el partido al Atleti frente a un Valencia muy serio. Simeone perdió a Savic y Godín, ambos lesionados.

Madrid
Correa celebra su gol al Valencia, el 1-0 del Atletico.
GABRIEL BOUYSAFP

Bajo las primeras nieves que caen sobre el Metropolitano, Costa otea la grada mientras se cruje el cuello justo antes del inicio. El Thunderstruck suena a Champions ante el Valencia. Ganar será abrazarla un poco más mañana. Por eso, en cuanto el balón comenzó a correr el de Lagarto ya había encontrado un socio, Carrasco. Uno buscaba y el otro, el belga, se plantaba en el área de Neto una y otra vez intentando hacer butrón. El acecho, sin embargo, acabaría pronto, acabaría en nada, el frío iría congelando sus amenazas.

Y durante un rato muy, muuuuy largo, el partido fue de escribir poco y dejar menos. Salvo la lesión de Savic, había poco que reseñar salvo los movimientos de pizarra: si Gayá era lateral y Lato jugaba por delante en el Valencia, en el Atleti, Koke, sin Gabi, estaba obligado a prender galones sobre los arañazos de su rojiblanca. Koke mediocentro con Saúl, obligado a recortar y ordenar. Era el minuto 17 cuando le robó un balón a Mina y lo filtró, a velocidad de bala, para el remate de Griezmaznn. Cortó Gabriel Paulista mientras Simeone pateaba el césped quizá por pura frustración. O quizá sólo por ayudar al jardinero. Se levantaba mucho.

Se jugaba en campo del Valencia pero eso no se traducía en ocasiones. Siempre había algo que estropeaba el último pase. Griezmann, por delante de Koke y Saúl, jugaba demasiado lejos del área. Y Carrasco había detenido la tuneladora. Neto paraba la ocasión más clara a los veinte minutos, del Atleti, un disparo desde fuera del área de Saúl mientras Simeone dejaba lo del césped y comenzaba a perder voz en la banda. Profundidad pedía. El Valencia no sufría. Poco a poco fue tomando balón: Marcelino tenía dos gigantes al mando, Kondogbia-Parejo, y cualquiera a su alrededor comenzó a ser solo sombra. El Valencia cada vez tenía más dominio, cada vez más cuero, estaba cada vez más cerca de Oblak, que aparecería por primera, y única vez, justo antes del descanso: se vio obligado a salir para atajar un mano a mano de Mina.

Hacía un rato los focos se los había pedido Neto, después de que el Atleti lograra, al fin, hacer llegar un balón a Costa. Fue de córner, casi funciona. Diego cabecearía con Gayá abrazado a su cintura como si fuese un koala. Neto evitaría el gol con una manopla fantástica.

Si en la primera parte Simeone había perdido a Savic, nada más comenzar la segunda, un escalofrío recorrió a la vez el Metropolitano. Al saque de una falta, Neto, en la salida, se llevó por delante a Godín. Con el codo, con el hombro, con penalti. El uruguayo cayó sobre la hierba y no volvería a levantarse. Quizá era el diente. Quizá el pómulo. Quizá la mandíbula. Capaz de jugar con la nariz rota (el Madrid puede contarlo) salió del campo con la mano tapándose el rostro. Entre los dedos se le escurría un hilillo de sangre como una lágrima. Simeone, sin más centrales en el banco (Giménez ya había salido por Savic), se vio obligado a improvisar con lo que había: Juanfran a la derecha, Lucas a su sitio, central, y Vrsaljko a la izquierda.

Cuando más oscura se había puesto la noche sobre el banquillo del Cholo, apareció su variable imprevisible, su verso argentino, siempre libre: Correa. Hasta entonces difuminado, recibiría de Koke, se giró y, de un latigazo, envió un balón de 20 metros a la escuadra de Neto que le quitaba el negro a la noche, el frío al termómetro y el goal average a Marcelino. De una tacada, haría dos cambios mientras el Atleti se embutía peligrosamente atrás. Pero Simeone tiraría de brazos para pedir más voz y empujar los últimos minutos, en los que el balón se alejaría de su área, mientras Grizi, increpado, mandaba callar al público antes de que sonara a final, a himno atronando. El Atleti se iría del estadio más 2º: el único, de los de arriba, capaz de recortar al Barça. La sonrisa de Costa lo dice, cuando otea por última vez, antes de engullirlo el túnel.