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Jugó y goleó el Barça en el Gamper ante el admirable Chapecoense. Lo hizo después de unos prolegómenos desangelados, con los ánimos algo fríos. Lo de Neymar ha sido un golpe duro para el barcelonismo, que ha asistido a la película del adiós del brasileño con incredulidad, confusión, rabia y, finalmente, decepción con su corazón de lata. Neymar ya no está serpenteando por el Camp Nou y se hará notar. Es un jugador gigantesco. A Bartomeu, al que Al Khelaifi ha birlado la cartera este verano como a un principiante, no le quedó más remedio que dar por finiquitado el eslogan con el que ganó sus elecciones en 2015. El Barça del tridente ha muerto, viva el Barça de Messi. 

Bartomeu, en fin, pone todas las fichas en el casillero del argentino. Como todos. Después de tres años de la seductora foto que conquistó al mundo la noche del 3-1 ante el Atlético de Madrid y que inauguró una época, corta, de reinado de los tres amigos, se produce una curiosa involución en el Barça. Vuelve el Messicentrismo. Suárez es mucho, pero parece algo menos sin la luz de Neymar. El resto será un grupo de grandes jugadores que, en resumidas cuentas, tratarán de hacerle la vida más fácil a Messi.

El Gamper era una pachanga pero a Busquets, Rakitic e Iniesta se les ve con gasolina para ser sus escuderos. Deulofeu transmitió y pareció saber qué hay que hacer para entrar en el clan del argentino y que es buscarle siempre y jugar a su compás porque no hay mejor compás que el de Leo. En el fondo, Messi es lo único estable que le queda al Barça. Un año más, apareció ante su gente con ganas de jugar. Un gol por aquí, un regate y una asistencia para allá. Messicentrismo.