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NBA

Un estirón de 17 centímetros salvó la carrera de Westbrook

Hasta el último año de instituto medía apenas 1,75, ni siquiera podía machacar y estaba fuera del radar de las grandes universidades.

Un estirón de 17 centímetros salvó la carrera de Westbrook
ASTV

Russell Westbrook es una turbina imparable de baloncesto, el jugador que suma 25 triples-dobles en 51 partidos de su primera temporada sin Kevin Durant en OKC. El que se disputará el MVP, si todo sigue el curso previsto, con James Harden. Y el que se ha tomado como algo absolutamente personal que el equipo con el que llegó a la NBA en 2008 (aunque fue drafteado todavía por Seattle Supersonics, justo antes del traslado) no caiga en la irrelevancia tras el fin de un ciclo por el que pasaron Harden, Durant y Serge Ibaka, uno que prometía grandes cosas y que acabó con unas Finales jugadas y perdidas (2012) como techo y con las lesiones, constantemente inoportunas, como principal aliado con algunas malas decisiones en los despachos.

Westbrook fue número 4 de aquel draft de 2008, ha sido ya seis veces All Star (sumada la inminente cita de Nueva Orleans) y es campeón olímpico y del mundo con Estados Unidos. Con seguramente el físico más portentoso que jamás haya tenido un base (1,91 y 91 kilos de pura energía muscular), su juego siempre fue apasionado pero sus virtudes tardaron en ser realmente visibles porque en sus años de instituto, en Leuzingier (California) era sencillamente demasiado bajito. Las grandes universidades apenas reparaban en él y, de hecho, se ganó una plaza a última hora en UCLA porque en ese último año de high school creció casi 17 centímetros y pasó de medir 1,75 a su actual 1,91 largo. Antes de este estirón ni siquiera podía machacar. Después era el mismo jugador pero ya con un físico que hacía que todos sus atributos relucieran mucho más: el embrión del que despuntó en UCLA y ha arrolado durante ya casi una década en los Thunder.

Así lo cuenta un magnífico perfil de Sam Anderson, que recorre en el New York Times Magazine la figura de un jugador sin el que es imposible comprender, en todos los sentidos, la NBA actual. Westbrook nació y creció en la California en la que por entonces (1988…) todo giraba en torno a Los Angeles Lakers. E incluso en UCLA tardó en asomar la futura estrella de la NBA: en el primero de sus dos años era un suplente y especialista defensivo que promediaba apenas 3,4 puntos y 0,7 asistencias en solo 9 minutos en pista por partido. En su segundo estaba ya en 12,7 y 4,3, con una galería de mates y highlights que pusieron su nombre en boca de todos, meses después de que Kevin Durant diera el salto a Seattle tras firmar en Texas una única e histórica temporada (2006-07).

El número 4 que le dieron los Sonics/Thunder a Westbrook (gastaron otra primera ronda, número 24, en Serge Ibaka) sorprendió a muchos. También al propio Westbrook, que por entonces no tenía tiro exterior ni grandes dotes como director. Pero su equipo entendió que su carácter y su intensidad complementarían de maravilla a Durant. No solo fue así, sino que Westbrook fue después capaz de ponerse casi a la altura de KD, uno de los mejores anotadores de la historia del baloncesto.

El artículo, una absoluta delicia, desvela también que Westbrook toma antes de cada partido el mismo sándwich de mantequilla de cacahuete preparado y cortado de una forma tan determinada que los cocineros de los Thunder conocen al dedillo pero nadie que no sea él prepara cuando el equipo juega fuera de su pista. Tres horas antes del inicio de cada partido calienta y una hora antes se recluye en la capilla. Cuando quedan 6 minutos y 17 segundos para el inicio de cada partido, exactamente 6:17, salta del banquillo al grito de “two lines” para poner participar en los últimos ejercicios del equipo. En la franquicia saben que conoce cada par de zapatillas y que quiere unas distintas para cada entrenamiento o para un partido determinado… así es un genio de fuego y pasión que está entre los cinco mejores jugadores de la NBA y cuya temporada 2016-17, termine como termine, será una que recordaremos para siempre. Todos.