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366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 23 DE DICIEMBRE

Robo y fundición de la Jules Rimet (1983)

Actualizado a
Jules Rimet (izquierda), presidente de la FIFA, entrega el trofeo de la Copa del Mundo a Raúl Jude, presidente de la Federación Uruguaya, antes de la celebración de la primera edición del torneo en 1930.
AFP

La Copa del Mundo, que se disputa desde 1930 cada cuatro años, se llamó Copa Jules Rimet a partir de 1950 por decisión adoptada en el congreso de la FIFA que tuvo lugar en Luxemburgo en 1946. Justo homenaje al que fuera presidente de la FIFA y gran promotor del torneo. Nacido el 24 de octubre de 1873 en la localidad francesa de Theuley-les-Lavoncourt, se implicó desde muy pronto en un deporte que en realidad nunca practicó. En 1914 representó a Francia en el congreso de la FIFA y en 1921 fue elegido presidente, cargo en el que se mantuvo hasta después del Mundial de 1954. Su tarea más recordada fue la creación de la Copa del Mundo, un poco en sustitución del campeonato olímpico de fútbol, en el que se prohibió que actuaran profesionales y hasta se llegó a expulsar al fútbol en la edición de 1932. El primer Mundial se jugaría en Uruguay, en homenaje a los dos títulos olímpicos conseguidos por este país, los de 1924 y 1928. Para premiar al equipo campeón, Jules Rimet encargó una copa de oro a un célebre orfebre francés, llamado Abel Lafleur. Se trataba en realidad de la estatuilla de una victoria alada, que sostenía sobre su cabeza un envase hexagonal. Medía treinta centímetros, con la peana de mármol incluida, y pesaba cuatro kilos, de los cuales 1,8 eran oro y el resto mármol. Una preciosidad.

Esa copa la fueron levantando sucesivamente Nasazzi en 1930, Combi en 1934, Meazza en 1938, Obdulio Varela en 1950, Fritz Walter en 1954, Bellini en 1958, Mauro en 1962, Bobby Moore en 1966 y Carlos Alberto en 1970, como capitanes respectivos de Uruguay, Italia, Italia, Uruguay, Alemania, Brasil, Brasil, Inglaterra y de nuevo Brasil. Al ganar Brasil su tercer título se decidió ofrecerle la copa en propiedad y crear otra, que es la que se entrega desde entonces. Es obra del italiano Silvio Gazzaniga y representa también una victoria alada, aunque más estilizada, que sostiene un mundo en su cabeza. Mide 37 centímetros, pesa cinco kilos y está hecha también de oro, con incrustaciones de malaquita.

Brasil instaló la antigua en una urna, en la sede de su Federación, pero tuvo un descuido tremendo. La urna, hecha de cristal antibalas, estaba pegada a la pared y a la base de mampostería con cinta aislante, de manera que bastaba con despegarla de la pared para sacar la copa. Y eso fue lo que hicieron unos chorizos en la madrugada del 22 al 23 de diciembre de 1983. Entraron en la Federación, deambularon, esperaron la hora de cierre metidos en un baño y cuando se hubo marchado todo el mundo fueron a por la copa. Retiraron la cinta aislante, levantaron con cuidado el conjunto de cristal antibalas, lo dejaron en el suelo y se llevaron el trofeo, que para ellos era solo oro, vil metal. El instigador del golpe fue un argentino llamado Juan Carlos Hernández, que se dedicaba a traficar en oro, joyas, cocaína o lo que se terciase. A través de un tal Sergio Pereyra Ayres, alias Sergio Peralta, experto conocedor de los bajos fondos, reclutó a dos tipos llamados José Luiz Vieira da Sila, alias Luiz Bigode, y Francisco José Rocha Rivera, alias Chico Barbudo. Ellos dos se encargaron directamente de la faena y en la misma madrugada llevaron la copa al taller de Juan Carlos Hernández, donde fue troceada y fundida, para acabar siendo vendida como oro vulgar. Ya no existe, por tanto. La banda fue detenida algún tiempo más tarde y todos acabaron en la cárcel. Pero el sagrado tótem ya no existe. Lo que hoy se muestra en la sede de la Federación brasileña es una reproducción.