Toluca, la (muy) fría
Los prolegómenos de los partidos en Toluca no distinguen, precisamente, por ser un infierno. Pero ante la Liga de Quito, la previa fue aún más somera que de costumbre.
Toluca, la Bella; le llaman las instituciones de gobierno. Toluca, la fría; sus habitantes. Nunca fue Toluca más fría cuando fue más caliente (30 grados de temperatura al caer la tarde, toda una rareza en una ciudad cuyos aledaños suelen amanecer cubiertos de escarcha). Había partido de Copa Libertadores. Traducido en argentino, el término significaría arrebato, cánticos ensordecedores y eternos, el estadio que tiembla, el fuego que surge de las gradas, el ruido tan absoluto que los jugadores mismos batallan para escuchar sus pensamientos. Pero en toluqueño, la combinación menta las calles vacías, los hinchas apagados, los policías glotones, las mesas con moscas.
Un silencio inquietante se instaló en la calle Felipe Villanueva, una hora antes del inicio del partido. Ese silencio tan de ciudad: silencio tenso, como si todos quienes ambulaban por ahí tuvieran tanto que decir, pero lo callaban, ese silencio tan perturbador que suele preceder una explosión. Pero no la hubo. No hasta entrado el partido. La llegada del autobús de los Diablos rompió la cortina del silencio por unos segundos. Después, el mismo ambiente fúnebre, en bucle. Eso sí, la ausencia de grandes voces permitió escuchar las entrañas del ambiente. El sonido de las carnitas asándose. El sonido de las hojas de los árboles que se acarician las unas a las otras. El sonido de la basura que raspa el pavimento. El sorbo de los policías que degustan de un licuado de papaya y reposan recargados en las vallas. El relinchar de los caballos. El tintinar de la máquina que valida los tickets. La risa furtiva de una aficionada roja. Las calles, en bellos puntos de fuga.
En ello, la melodía de ‘Help’, de Los Beatles, asalta la calle. El ‘Gato Gol’ se presenta ante el respetable y entona un monólogo sobre el valor de la lucha en la vida. “Hay que tener la cabeza muy en alto, siempre”, pontifica mientras el Cuarteto de Liverpool clama por auxilio. Al tiempo, la chica que atiende, solitaria, el nuevo camión de Café y Crepas parece haberse dado por vencida. “No ha venido nadie”, se lamenta. Y las mesas vacías las ocupan los cientos, quizá miles, de policías. "¿A qué venimos?", clama uno. Nadie ha podido dar con el número. Ni el Sargento encargado del operativo. “No sabría decirle”. Nadie sabe nada. Nadie dice nada. Solo cantan Los Beatles y meriendan los policías.
El color es que no hubo color.