El Clásico en tres actos: domingo, espera y después
El Chivas-América comienza a palpitarse desde mucho antes y termina de latir mucho después del silbatazo final. Entre tanto hay soflamas, vítores, esperanza, alguna lágrima furtiva.
(I)
(II)
El pequeño Andrés tiene ocho meses. Los cabellos castaños, lacios, pulcros. La piel blanca a la luz del sol, tostada a la sombra. Su cuerpecito está envuelto por una playera del América, muy ‘amarillo-canario’. “¿Ya desde pequeño del América?” “Aún no sé”, se sincera el padre, quien lo acurruca en sus brazos. Han venido a ver a los futbolistas del América. Unos segundos; el trayecto que hacen desde la puerta trasera de su hotel hasta el autobús. Un grueso portón negro corta aún más el tiempo para verlos.
El sol a plomo. La gente está sobre la acera, de frente al portón. El camión se estaciona junto a la banqueta. Surge el personal del hotel. “A ver, para atrás. Atrás de la palmera, por favor”. A empujones verbales, los aficionados retroceden. Hay 30. Pronto más. 40. 50. “A ver. Más atrás”. La puerta del camión escupe al conductor. Hombre alto, calvo, mirada enajenada. “¡Atrás! Grita, furibundo. “¡Atrás!", vuelve a gritar. El camión necesita espacio para que la puerta tras la cual se guardan las maletas pueda abrirse decapitar a los seguidores.
Una hora, casi. Una señora recrimina la tardanza y los modos. “Estamos aquí, hasta fuimos a comprar camisas para que las firmen a los niños y mire cómo nos trata. No se vale”. Los policías estatales, que también resguardan el operativo, sí piden permiso para pasar. Hasta te llaman 'hermano'. Pase, hermano. Andrés ha despertado. Llora. Su padre intenta calmarlo. El sol plomizo. “Atrás”. Una cinta amarilla, de esas de ‘no pasar’, se rompe. Un grupo de jóvenes, muy dicharacheros, irrumpe en el estado de creciente enojo. “Osvaldito, te amo”. “Sambu, yo también”. “¿Cuánto falta? ¿Cinco minutos o cinco güeyes?”.
La espera es el arte de soportar el tiempo. Cuando, después de una hora y diez minutos aguardando bajo el sol plomizo, los futbolistas azulcremas pasaron frente a sus ojos, todo valió la pena para ellos. Cada segundo. “¡Sambu! ¡Sambu!” "¡A ganar, cabrones!". Los jugadores entran al bus.
Andrés se ha quedado dormido.
(III)
- La reventa es una mafia.
Al taxista, que no ha querido dar su nombre, le llama la atención que el Estadio Chivas esté lleno.
- Es una mafia de varios. Son como 100. Su líder se llama Luis. “El Calacho”, le dicen. Tiene presencia en todos los eventos de aquí de Guadalajara. Una vez compró dos millones de pesos en boletos en un palenque.
(Silencio)
- Las Chivas son un equipo único en el mundo.