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DESPEDIDA CUAUHTÉMOC BLANCO

La tarde en la que Cuauhtémoc se despidió para no irse

El mítico '10' de las Águilas por fin obtuvo la despedida que su afición exigía. Fue la tarde perfecta para él: goleada, ovación y por poco anota.

México DFActualizado a
La tarde en la que Cuauhtémoc se despidió para no irse
OSVALDO AGUILARMEXSPORT

'Gracias, Cuauhtémoc' fue la banda sonora de la tarde. El 'Temo', soberano arrebatado, dueño del Azteca, Coapa y confinidades, se regodeó en la aclamación atronadora que descendía de las gradas. Su majestad sometió al Azteca, a los corazones americanistas, a su dictado; su voluntad. Los alaridos de las tribunas, incluso, fueron decretos suyos. Cuando su vaselina imperial rebotó en el transversal; cuando su cadera bailarina danzó sobre el cuero; cuando la pelota, despedida por el exterior de su pie derecho, dibujaba una trayectoria curva que terminaba en los botines de algún compañero suyo. Todo fue un despliegue de gozo, melancolía, devoción, gratitud. 'Gracias, Cuauhtémoc', siguió el coro. 

Cuauhtemoc Blanco Bravo

1999. Cuauhtémoc recibió un pase de Rafael Márquez, pisó la pelota, la desapareció, y luego destrozó el rincón bajo de Dida. Jarabe tapatío, el rugido, el éxtasis, el tiritar de los corazones. 2016. En la portería opuesta aunque sobre el mismo césped, 'Temo' eliminó, como 'conos' de entrenamiento, a Pérez, a Erpen, a González. De su pie salió disparada una pelota pizpireta, tenue, bellísima, que inmoló el travesaño de Rodríguez. Más faltaba. La jugada detonó las emociones en el Estadio Azteca. El alarido creció hasta alcanzar el umbral del dolor y Cuauhtémoc entró en estado de gracia. Nunca se guardó la épica, cierto; si había tardes aptas para relucir sus dotes de deidad, qué mejor que la de hoy, la última de todas. 

1998. Escorado a la derecha, de espaldas al tiro de esquina, a Cuauhtémoc lo custodian dos surcoreanos. Le cierran las escotillas. Está cercado. Y entonces la magia. El genio. La ocurrencia. Cuauhtémoc prensó la pelota entre sus tobillos. Con los codos apuntando hacia sus guardaespaldas se abrió espacio. Se inventó un espacio, mejor decir. Cuauhtémoc saltó el balón en sus pies, sus rodillas juntas, sus cuello hundido; los surcoreanos, patadas hacia el aire. 2016. Escorado a la derecha, de espaldas al tiro de esquina, a Cuauhtémoc lo custodiaban Zamorano y Pérez. Le cierran las escotillas. Está cercado. Y entonces la magia, otra vez. Una última vez. 

Hubo más. Cambios de frente, de derecha a izquierda y viceversa, con destino hacia Andrade, Peralta, Quintero. Una tertulia con balón de por medio con Sambueza. Un disparo bloqueado por la atribulada retaguardia moreliana, que defendía regida por las leyes del azar. Todo terminó al 37' cuando Cuauhtémoc, cobijado por la algarabía del Azteca, cedió su lugar (que no sus dones a Quintero. Cierto es que el cambio fungió como una especie de bendición real: Quintero salió de verbena y Cuauhtémoc contempló el devenir del jolgorio desde la caseta. 

En el entretiempo, la catarsis del ritual. Ricardo Pelaez, director deportivo de las 'Águilas' (y antaño contrario a Cuauhtémoc) entregó al '100' una playera enmarcada y una placa que simbolizaban el agradecimiento de la institución. Después la procesión, las reverencias. Todas las personas de su vida, en el campo, adorándole. De uno por uno. Y siguió trotando sobre su terruño, su conquista, mientras el gol a Brasil, la cuauhtemiña a Corea, la épica de Kingston, el misil en el Bernabéu, la patada de Elcock, el grito en Nigata ante Croacia, su vuelo inolvidable ante Bélgica... mientras todo ello rondaba por su cabeza. Y por las nuestras. 'Gracias, Cuauhtémoc', siguió el coro.