Orbelín y Benítez detonan la guerra en el Azul
Cruz Azul y Chivas apenas se dieron respiro en un cotejo con muchas incidencias y que terminó en polémica por un posible penal sobre Mendoza.
El partido fue una delicia. Eso sí, un pasaje poco común en el Estadio Azul: recinto pletórico, celestes con nervio, heroísmo. La Máquina y el Rebaño se citaron a duelo y terminaron blandiendo una bandera blanca con sus manos magulladas, la piel quemada y las uñas arrancadas. Un manjar, pues.
Cuando sonó la trompeta en los albores, ambos batallones se empeñaron en terminar la batalla lo antes posible: descargaron sus fusiles en una bacanal de pólvora. La primera detonación, accionada por Cisneros, detonó el brutal tiroteo. El ejército de Almeyda fue el primero que ocasionó sangre: Brizuela convirtió una metralleta oxidada en un arma mortal; pase a Orbelín y puntilla de Pineda. La pequeña conqusita no minó la convicción tapatía, sin embargo los revólveres se encasquillaron: Bravo situó a Rodríguez en el paredón pero apuntó a treinta metros por encima de su cabeza y Salcedo no pudo tirar del gatillo. Las tropas de Boy aprovecharon la falla armamentística tapatía y se replegaron en terruño hostil. El 'Fortín Rodríguez' sufrió el bombardeo, ahora. Primero, 'El Cata' cabeceó una granada que Rodríguez atajó y luego Rojas olvidó cargar el cartucho cuando las puertas del alcázar se abrían ante él. El campo del Azul era Stalingrado.
Siguió el intercambio de munición sin atisbo de tregua. Si Bravo avisaba con una salva al aire, Benítez respondía con un cóctel molotov. Basta de bromas, se dijo el 'Conejo', mientras observaba cómo los soldados celestes meditaban una retirada provisional. Hora de la bomba atómica. Benítez, entonces, piloteó el Enola Gay, imparable, y dejó el bestial torpedo en las redes de Rodríguez. Gambeta, pisada, cambio de ritmo. Orbelín Pineda, cabe señalar, falló en desplegar el escudo antiaéreo. Fuera Messi y las crónicas del mundo se habrían rendido ante él.
Celestes y rojiblancos acordaron una tregua de 15 minutos, tras la cual optaron por una guerra de trincheras, lejos del intercambio de metralla sobre el campo de batalla, pecho a pecho. Un obús de Joao Rojas estalló a centímetros de su objetivo, el 'Fortín Rodríguez' antes de que un frentazo descomunal del 'Maza' Rodríguez ocasionara un sismo del que Corea del Norte reclamará derechos de autor en las horas posteriores. Boy se encomendó a Benítez, comandante en inspiración napoleonesca. Como en la incursión imperial a Egipto, Benítez cabalgó a Marengo y con su sable decapitó a todo aquel que osaba con resistir ante su paso. La mira le falló cuando apuntó a Rodríguez; el trajín de la cabalgata le había destrozado el pulso de las manos.
Y cuando Allison, escudo de titanio, detuvo la última munición del partido (disparada por Salcedo), los analistas vislumbraron un armisticio. No contaron con un imprevisto; Mendoza aún quería guerra y Ponce puso el alto al fuego en riesgo. Roberto García Orozco ya no quería más sangre. El tratado de paz se firmó, a regañadientes del mariscal Boy. Los crímenes de guerra pasan de puntillas por la historia.