Los Tigres se pasean en Chiapas al ritmo de Gignac
Los regios jamás vieron peligrar su pasaje a las semifinales. Un bombazo de Gignac bastó para definir. Los Jaguares nunca reaccionaron y dijeron adiós al certamen.
André-Pierre Gignac. Estirpe gitana, oriundo de Martigues, villa enclavada en el corazón de la rivera francesa. Su fútbol alumbró en Lorient, forjó en Toulouse, encumbró en Marsella, disciplinado por Bielsa, cobijado por el Port Vieux. Sangre blanca y celeste. El arte del francés, tan violento como Braque y tan cadencioso como Delcroix, acaudilló a los Tigres, que se pasearon por Tuxtla Gutiérrez. El felino, depredador sigiloso e imperial, trota hacia las semifinales. El jaguar murió de depresión. Lástima, tan bello que es. Tan fiero que se mostraba.
Adentrarse en la selva, territorio hostil, es una afrenta que muy pocos vivieron para contar. El jaguar, amo y señor de la floresta, conoce cada hoja, cada arbusto, cada palmera. El sigilo en la selva es contraproducente; el jaguar palpa el miedo y devora a la presa antes de que pueda suplicar por su vida. Por ello, los Tigres surcaron la espesura con las garras por fuera. Apenas bostezaba el jaguar, su lengua relamiendo sus prominentes colmillos, cuando los regios lanzaron el primer rugido: puntapié de Jiménez, como barrido en home, tapado por su homónimo de apellido. El temido jaguar fue un felino temeroso. Hurtado, Romero, Paredes, Silva, todos dulces mininos. Y Vidangossy como síntoma: el chileno fue negado por Guzmán y eclipsado por Rivas. Hay días en el que el mal agüero es selectivo.
Y llegó Gignac. Tomen nota: minuto 20. Centro con pintura de Damm, pivoteo de espaldas al arco de Sóbis y misil de destrucción masiva, fabricado en Martigues. Línea recta, mortal, estela de cometa. El ideario estético del francés es irrenunciable: el gol debe ser bello. El axioma casi se repite seis minutos después, cuando con un canasto en el empeine acunó un envío de Ayala; su salva estremeció el larguero de Jiménez. ¿Y el jaguar? Conmocionado por el zarpazo, desangrándose. Armenteros y Paredes accionaron misiles de largo alcance, pero Guzmán desplegó el escudo. En realidad, fueron arañazos, ínfimos, en plena aflicción.
La agonía chiapaneca se extendió 45 minutos más, mismos en los que sólo recordaremos un escupitajo de Sóbis absorbido por Jiménez, una chilena de Hurtado con destino a la Lacandona y una estrella fugaz de Sóbis que rozó el mástil. Ferretti se encargó de cerrar con llave todas las puertas. El fútbol hipnótico de los Tigres fue un agujero negro que engulló a los pupilos de La Volpe, quizá confundidos porque no sabían quién era aquel extraño hombrecillo sin bigote que manoteaba sobre la línea de cal (imaginen a Chaplin sin 'mostacho'; algo así. No los culpo). El jaguar, tan fiero y tan enclenque, murió magullado en su selva y el tigre avanza, furtivo, hacia las semifinales. Avanza hacia donde dicte la voz de André-Pierre Gignac.