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¿Por qué música clásica te hace llorar? Esto dice la ciencia

Para nadie es secreto que ciertas melodías generan un sentimiento distinto al ser escuchadas, pero no todos conocen la razón.

Foto: Pixabay
Egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, labora en la redacción de AS México, con cobertura de Fútbol Nacional, así como principal atención a los atletas mexicanos que se desarrollan en el resto del mundo bajo cualquier disciplina. Es un amante del deporte en general principalmente del Baloncesto, Fútbol Americano y Béisbol.
Ciudad de México Actualizado a

En un mundo dominado por la inmediatez y los estímulos digitales, la música clásica sigue ejerciendo una influencia emocional sorprendentemente poderosa. Lejos de ser una simple reliquia cultural, este género tiene la capacidad de generar respuestas afectivas complejas en quienes lo escuchan, sin importar su edad o trasfondo.

Diversos estudios y observaciones han demostrado que la música clásica no solo estimula el cerebro, sino que también despierta emociones que van desde la calma profunda hasta la euforia. Esta conexión emocional no es fortuita: se basa en elementos estructurales como el tempo, la tonalidad, la armonía y el timbre, los cuales son capaces de interactuar directamente con nuestro sistema límbico, el centro neurológico de las emociones.

Por ejemplo, composiciones en tonos mayores suelen asociarse con sentimientos de alegría o esperanza, mientras que las piezas en tonalidades menores evocan nostalgia, tristeza o introspección. El ritmo lento de un adagio puede inducir relajación, mientras que un allegro vibrante puede aumentar el pulso y generar entusiasmo o determinación.

Sin embargo, la respuesta emocional no es uniforme: depende de factores personales como la historia de vida, las experiencias previas con ciertos sonidos o incluso el estado de ánimo del oyente en ese momento. Lo interesante es que, a diferencia de otros géneros, la música clásica permite una interpretación emocional más abierta, libre de letras o narrativas explícitas. Esta ambigüedad crea un espacio para que cada persona proyecte sus propios sentimientos en la obra.

También se ha observado que la música clásica puede ser terapéutica. Algunas instituciones médicas y centros de salud mental la utilizan como parte de tratamientos para reducir la ansiedad, aliviar el dolor o fomentar la concentración. Incluso en entornos educativos, se ha comprobado que escuchar ciertas piezas clásicas antes de estudiar puede mejorar la memoria y la retención de información.

En definitiva, la música clásica no solo ha sobrevivido al paso del tiempo: ha demostrado ser una vía única y poderosa para conectar con nuestras emociones más profundas. Escucharla no es solo un acto estético, sino una experiencia emocional compleja y personal, capaz de enriquecer la vida de quienes se abren a su lenguaje atemporal.

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