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Por qué los mexicanos le ponen nombre o apodo a sus autos

Este ritual, profundamente arraigado en la cultura, transforma la lámina y el motor en un confidente de asfalto, revelando una conexión emocional que va mucho más allá de lo utilitario.

Por qué los mexicanos le ponen nombre o apodo a sus autos
Luis Hernández del Arco
Actualizado a

Resulta fascinante observar cómo en la cultura mexicana los objetos inanimados a menudo adquieren una vida propia, un carácter que trasciende su función. Pocos ejemplos son tan claros y extendidos como la costumbre de bautizar a los autos.

Lejos de ser una simple excentricidad, este acto revela una profunda conexión emocional y psicológica, un fenómeno que dice mucho sobre cómo se percibe el patrimonio, el esfuerzo y la compañía en el día a día de México. Es un ritual que transforma la lámina y el motor en un confidente de asfalto.

La relación de un mexicano con su coche rara vez es puramente utilitaria. Para una gran parte de la población, adquirir un auto representa la materialización de años de trabajo, un símbolo tangible de progreso y un pilar fundamental para el bienestar familiar.

Por lo tanto, desde su llegada, el auto es investido de un valor que va mucho más allá de lo monetario. Se convierte en una pieza central del proyecto de vida, y como a todo lo que se valora de esa manera, se le busca dar un lugar, una identidad. El auto es un reflejo del esfuerzo y los sueños, y nombrarlo es el primer paso para reconocer su importancia.

Por qué los mexicanos le ponen nombre o apodo a sus autos
Un escarabajo de los Steelers aparcado en México. A lo mejor el cartel ilegible de ese aficionado era preguntando por su coche...ALFREDO ESTRELLA

No solo es un simple medio de transporte

Pensar que el coche es solo para moverse del punto A al punto B sería ignorar el contexto. Es el auto que lleva a los niños a la escuela, el que permite visitar a la familia en otra ciudad, el escenario de conversaciones cruciales y el refugio durante un aguacero inesperado.

Cada trayecto, cada viaje por carretera, cada embotellamiento, va tejiendo una historia compartida. De ahí que el auto deje de ser “el auto” para convertirse en “El Valiente” después de superar una terracería complicada, o “El Rayo” por su agilidad para moverse en el tráfico.

Bautizar al auto es un rito de pertenencia que lo eleva de una posesión a un protagonista en la narrativa personal y familiar. Este proceso de personificación es una manera de humanizar la experiencia de poseerlo, haciéndolo más cercano y significativo.

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Los luchadores mexicanos Señor Jerry y Gran Felipe Jr. detienen un coche en plena calle para entregar mascarillas a sus pasajeros en Xochimilco, México. Se trata de una original campaña del gobierno local para concienciar a la población, por medio de la lucha libre, del uso de mascarillas como medida de prevención contra la COVID-19. Hector Vivas

Un compañero de aventuras y desventuras

La verdadera conexión se forja en las experiencias compartidas. El coche está presente en los momentos de alegría, como una boda o unas vacaciones en la playa, pero también en los momentos de tensión, como una visita de emergencia al hospital o una avería en medio de la nada.

Es en esa dualidad donde la máquina se gana su apodo y su estatus. Se le habla, se le anima para que suba una pendiente pronunciada (“¡Vamos, mi Fiel!”), se le agradece por no fallar en un momento crítico. Estas interacciones, aunque unilaterales, fortalecen el vínculo.

Así pues, el coche se convierte en un miembro más de la familia, un testigo silencioso que acumula kilómetros y secretos, un cómplice que, a su manera, ofrece lealtad y servicio. Es una relación recíproca: el dueño cuida del auto y, a cambio, el auto “cuida” del dueño, llevándolo a su destino de forma segura.

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Hoy no Circula: qué hacer si mi coche tiene una placa foráneaImagen getty

La psicología detrás del apodo: identidad y control

Desde una perspectiva más analítica, el acto de nombrar un vehículo también responde a necesidades psicológicas profundas. Ponerle un nombre a un objeto complejo como un automóvil es una forma de ejercer un sentido de control sobre él.

Es más fácil relacionarse con “La Poderosa” que con un “motor de 2.5 litros con 180 caballos de fuerza”. El nombre simplifica la relación y la hace más manejable. A su vez, el apodo funciona como una proyección de la identidad del propietario.

Un conductor que se siente audaz podría llamar a su camioneta “La Bestia”, mientras que alguien más nostálgico podría bautizar a su sedán clásico como “El Abuelo”. Ponerle nombre al auto es una extensión de la propia identidad, un modo de decirle al mundo quién eres a través de las cosas que valoras.

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No hay duda que esta costumbre mexicana es un hermoso acto de resistencia contra la impersonalidad. En un mundo de producción en masa, donde millones de autos idénticos salen de una línea de ensamblaje, darle un nombre es reclamar su individualidad y, por extensión, la propia.

Es una declaración de que, para su dueño, ese conjunto de metal, plástico y cables no es uno más del montón. Es “El Negro”, “La Cucaracha”, “El Chucho”; es un compañero con alma propia, forjada en el asfalto y en el corazón de su propietario.

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