El primer auto en México: La historia del Ford que lo cambió todo
Mucho antes de las autopistas y el tráfico, un Ford Modelo AC de 1904 se convirtió en el primer automóvil en rodar por México.

En un México donde el eco de los cascos de caballo marcaba el ritmo de la vida cotidiana y los tranvías de mulas representaban el pináculo del transporte público, la irrupción de una máquina autopropulsada fue un evento que redefinió el concepto de futuro.
Corría el año 1904, y entre los caminos aún sin pavimentar de la Ciudad de México, un estruendo metálico y una velocidad nunca antes vista anunciaron una revolución.
Se trataba del primer auto que llegó a México, un Ford Modelo AC, que no solo introdujo el automóvil en el país, sino que también sembró la semilla de una transformación cultural y social irreversible.
Este vehículo era mucho más que un simple ensamblaje de metal y madera, representaba la vanguardia de la tecnología de su tiempo. De las apenas 1,500 unidades que Henry Ford produjo de su primer modelo comercial, una encontró su destino en tierras mexicanas, convirtiéndose en un ícono instantáneo.
Su llegada no fue un suceso silencioso, por el contrario, fue un espectáculo que detenía miradas, generaba asombro y seguramente, un poco de desconfianza. Era la materialización del progreso, una máquina que se movía sin riendas y que prometía un mundo de posibilidades hasta entonces inimaginables.

La travesía histórica de un símbolo rodante
La historia documentada de este Ford Modelo AC comienza con su importación en 1904 a través de la empresa JA Medina, para ser adquirido finalmente por Ignacio Carranza. En ese momento, el auto era una excentricidad, un lujo reservado para unos pocos que podían permitirse tal artefacto del mundo moderno.
Su verdadero viaje hacia la inmortalidad comenzó en 1932, cuando Ford de México tomó la visionaria decisión de comprarlo. Esta transacción fue fundamental, puesto que el vehículo dejó de ser una curiosidad privada para convertirse en patrimonio y estandarte de la compañía, un recordatorio perpetuo del legado que estaban construyendo.
Desde entonces, este Ford ha sido un testigo silencioso del crecimiento de la industria automotriz en el país. Resguardado en el corazón de la empresa, se convirtió en una pieza central para entender no solo la evolución de la marca, sino la del propio México.
Cada una de sus partes cuenta una historia de adaptación y cambio, desde los días del Porfiriato hasta la consolidación de una nación industrializada. La preservación de este auto fue todo un acierto por parte de Ford, un anclaje a sus raíces mientras la compañía se expandía hacia el futuro.

El arte de resucitar una leyenda
Con el paso de las décadas, el vehículo necesitó intervenciones para conservar su integridad. Aunque en los años 70 ya había recibido una restauración significativa por figuras clave de la compañía, la transformación más profunda y respetuosa con su esencia se llevó a cabo recientemente.
Este proyecto, que se extendió por casi trece meses, fue una labor de amor y precisión técnica, liderada por un equipo de ingenieros y entusiastas del Centro de Ingeniería de Ford de México.
El objetivo era ambicioso: devolverle al Ford Modelo AC su apariencia y funcionamiento exactos de 1904. El reto era monumental, principalmente por la escasez de componentes con más de un siglo de antigüedad.
Por ejemplo, la carrocería exigió que se fabricaran nuevas piezas de madera de fresno, siguiendo las técnicas de la época. Para el color, se realizó una investigación histórica exhaustiva que culminó en la aplicación de casi cinco capas de un marrón idéntico al original.
Cada detalle fue un proyecto en sí mismo. El volante de bronce con su “dona” de madera fue reemplazado por uno original. Las salpicaderas se ajustaron meticulosamente al chasis, y los rines de madera de 28x3 fueron ensamblados con el último lote existente de llantas grises sin dibujo, importadas directamente desde Tennessee para garantizar la máxima fidelidad histórica.
ncluso el motor de dos cilindros opuestos fue restaurado por completo, junto con su interruptor original y su peculiar llave de perno. La búsqueda de piezas como la lámpara trasera de aceite, ya obligatoria en 1904, requirió una red internacional de contactos y la consulta de archivos desde la Biblioteca Benson en Texas hasta colecciones privadas en Inglaterra.
Este meticuloso proceso de restauración demuestra que la historia del primer auto en México es mucho más que una anécdota. Es un testimonio de la pasión por la ingeniería y el respeto por el legado.
Este Ford Modelo AC no es solo un objeto de museo; es una fuerza viva, un puente tangible entre el pasado y el futuro que, en el marco del centenario de Ford en México, cobra un significado aún más profundo. Representa el punto de partida de un viaje de cien años, un viaje que continúa acelerando hacia el mañana.

Radiografía de un pionero: Datos técnicos y curiosidades
Para comprender la magnitud de su impacto, es fascinante adentrarse en la mecánica que impulsaba a este pionero. Aquí te presentamos sus características más destacadas:
Motor: Estaba equipado con un motor de dos cilindros opuestos (tipo bóxer) ingeniosamente ubicado bajo el asiento del conductor para un mejor equilibrio.
Potencia y velocidad: Generaba alrededor de 10 caballos de fuerza, permitiéndole alcanzar una velocidad máxima de aproximadamente 40 kilómetros por hora, un ritmo vertiginoso para la época.
Transmisión innovadora: Contaba con una transmisión planetaria de dos velocidades que se controlaba mediante pedales en el piso, un sistema precursor del que usaría el icónico Ford Modelo T.
Peso ligero: Con un peso que rondaba los 567 kilogramos, era un vehículo relativamente ágil.
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Diseño versátil: Su compartimento trasero para pasajeros, conocido como “tonneau”, podía desmontarse fácilmente. Esto permitía transformar el auto de un vehículo familiar de cuatro plazas a un ágil biplaza tipo “runabout”.
Costo: Su precio rondaba los 900 dólares de la época (equivaldrían a aproximadamente $33,500 dólares de hoy o incluso un poco más, dependiendo de la calculadora), una suma considerable, pero clave en la visión de Henry Ford para empezar a movilizar a las masas.
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