¿Cuántos años de vida tiene una llanta sin uso?
Lejos del asfalto y el desgaste visible, las llantas inician una carrera silenciosa contra el tiempo desde el momento de su fabricación.

Existe una creencia popular, casi un mito urbano en el mundo de los autos, que sugiere que una llanta guardada en un rincón oscuro, lejos del asfalto, permanece inmune al paso del tiempo. No hay duda que la lógica parece simple: si no hay fricción, no hay desgaste.
Mucha gente, al encontrar una oferta irresistible o al guardar la llanta, asume que tiene en sus manos un componente prácticamente eterno hasta que toque la carretera. Sin embargo, la realidad química y física de los neumáticos cuenta una historia muy diferente y mucho más compleja.
Así que la pregunta que realmente importa es ¿cuántos años de vida tiene una llanta sin uso?, y la respuesta es fundamental para la seguridad.

La química oculta del envejecimiento
El envejecimiento de una llanta es un proceso silencioso e inevitable, que ocurre desde adentro hacia afuera. Es un fenómeno que no depende del kilometraje, sino del calendario. Para entenderlo, es necesario pensar en una llanta no como un simple trozo de caucho, sino como un compuesto de alta ingeniería.
En su fabricación se utilizan caucho natural, caucho sintético, negro de humo, sílice y una compleja mezcla de aceites y productos químicos antioxidantes y antiozonantes. Estos compuestos son los que le otorgan flexibilidad, agarre y resistencia.
Así pues, el principal enemigo de una llanta almacenada es el oxígeno. El proceso de oxidación ataca las moléculas del caucho, provocando que los aceites y químicos que mantienen su elasticidad se evaporen gradualmente.
De este modo, el material se vuelve más rígido, seco y quebradizo. Es un proceso similar al de una liga de hule que, tras años en un cajón, parece intacta pero se rompe al primer intento de estirarla. Esa misma fragilidad se desarrolla en la estructura interna de la llanta, aunque no sea visible a simple vista.

El consenso de la industria sobre la fecha de caducidad
Frente a esta degradación natural, los fabricantes de llantas y las organizaciones de seguridad vehicular han llegado a un consenso general. La recomendación casi unánime es que una llanta no debería utilizarse si han pasado más de diez años desde su fecha de fabricación, independientemente de su apariencia o de si ha sido montada en un vehículo.
De hecho, muchos expertos y fabricantes sugieren una inspección anual por parte de un profesional una vez que las llantas superan los cinco o seis años.
Para saber la “fecha de nacimiento” de un neumático, es indispensable saber interpretar el código DOT (Department of Transportation), que se encuentra en el flanco o costado de la llanta. Al final de esta serie de caracteres, los últimos cuatro dígitos son la clave: los dos primeros indican la semana de fabricación y los dos últimos, el año.
Por ejemplo, un código que termina en “2523” significa que la llanta fue fabricada en la semana 25 del año 2023. Esta es la única fecha que importa, no la de compra. Una llanta puede haber estado en un almacén durante años antes de ser vendida, acumulando años silenciosamente.

¿Se puede ralentizar el envejecimiento? El rol del almacenamiento
Si bien el tiempo es implacable, las condiciones de almacenamiento pueden acelerar o ralentizar este proceso de envejecimiento. El almacenamiento adecuado es crucial para preservar la integridad de una llanta que no está en uso.
El lugar ideal debe ser fresco, seco y oscuro. La luz solar directa es especialmente dañina, puesto que la radiación ultravioleta acelera la descomposición de los compuestos del caucho de una forma muy agresiva.
Igualmente, es importante mantener las llantas lejos de fuentes de calor y de motores eléctricos, ya que estos últimos generan ozono, un gas que ataca químicamente al caucho. Tampoco deben estar en contacto con combustibles, solventes o aceites.
Si las llantas están montadas en sus rines, lo mejor es guardarlas colgadas o apiladas horizontalmente, reduciendo un poco la presión. Si están sin rin, su posición ideal es de pie, en vertical, y girándolas ligeramente cada mes para evitar que se deformen. Estas prácticas, aunque útiles, no detienen el reloj, simplemente ayudan a que el proceso de degradación sea menos agresivo.
El verdadero peligro de una llanta vieja pero sin uso es que su apariencia puede ser engañosa. Puede conservar el brillo de fábrica y la profundidad total del dibujo, dando una falsa sensación de seguridad.
Sin embargo, por dentro, es posible que se hayan formado microfisuras en la estructura. Al ser sometida a las fuerzas de la conducción -el peso del vehículo, la velocidad y el calor de la fricción-, una llanta envejecida tiene un riesgo mucho mayor de sufrir una falla catastrófica, como una separación de la banda de rodadura, lo que podría provocar la pérdida de control del vehículo.
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Al final de cuentas, la vida útil de una llanta sin uso no es indefinida. El factor determinante es su fecha de fabricación. Confiar en una llanta que ha superado la década, incluso si parece nueva, es una apuesta arriesgada. La seguridad vial no admite atajos, y el conocimiento sobre la edad de los neumáticos es una herramienta poderosa.
En el universo de las llantas, la edad es mucho más que un simple número; representa un indicador fundamental de la integridad estructural y de la seguridad, un factor que jamás debería ser subestimado.
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