"Parte de la violencia en el fútbol mexicano es una teatralización de un grupo de consumo"
Diego Murzi, Samuel Martínez y Alfredo Morales, tres académicos expertos en ciencias sociales, brindan a AS sus reflexiones sobre el fenómeno de las "barras bravas".
Han sido días agitados en el entorno de Rayados de Monterrey. Imágenes de las cabezas de Duilio Davino, José González Ornelas y Javier Aguirre, manchadas de pintura roja simulando sangre, montadas sobre hieleras colocadas a las afueras del hotel de concentración de la plantilla en Abu Dhabi durante el Mundial de Clubes de la FIFA. Bloqueos al transitar del autobús del equipo por las calles de Abu Dhabi. Abordajes a jugadores como Rodolfo Pizarro y Rogelio Funes Mori, increpados por los aficionados que aguardaban por ellos a su salida de las instalaciones del club en El Barrial. ¿Ha llegado la violencia en el fútbol mexicano a una cuota preocupante? ¿Cómo explicar, a nivel sociológico, el actuar de los seguidores regiomontanos? ¿Estamos ante una 'argentinización' del espectáculo deportivo en la Liga MX?
Para Samuel Martínez, académico del departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, las manifestaciones de los seguidores 'rayados' no constituyen un componente netamente violento, sino una 'dramatización' de su rol como consumidores dentro de la estructura del deporte-espectáculo: "Si comparamos con lo que pasa en Argentina o en Brasil, estamos en pañales. En México no hay violencia en el fútbol. La violencia está en los grupos del crimen organizando, o en la violencia que se ejerce contra las mujeres. Lo que hacen los aficionados en el fútbol es una expresión teatralizada, dramatizada, de su inconformidad. La mayoría de las expresiones que se califican periodísticamente como actos de violencia en el fútbol mexicano forman parte de las comunicaciones teatralizadas de un grupo específico de consumo. Esto es porque los grupos de animación asumen el rol construido mediáticamente de que el 'fútbol es pasión'".
De acuerdo a Martínez, la naturaleza de las 'barras bravas' en México obedece a una cultura de consumo, despolitizada, en la que el aficionado se siente un activo del club y reclama su negocio en torno a él. Por ende, según su óptica basada en estudios sociológicos del deporte, las 'protestas' merecen ser analizadas dentro de un contexto social y no desligadas de él: "El 'morirse por el equipo' es una dramatización que forma parte del deporte-espectáculo. Pero cuando esa dramatización rompe la ley ya entramos al terreno legal. Se tiene que manejar esa violencia como cualquier otra, como cuando alguien daña a un tercero. Tiene que haber denuncias, intervención de abogados y fiscales". Para el académico no vale tildar a los aficionados como 'salvajes', 'irracionales', o 'inadaptados', ya que, antes que nada, son consumidores que se nutren (y nutren a su vez) a un sistema que primero los cobija y después los condena en una 'salida fácil': "Los medios viven de promover esa pasión que, cuando es teatralizada de una forma que escapa a las normas, escandaliza, espanta. Moralizan la situación categorizando a la gente como 'seudoaficionados' (...) Por eso ni la FMF, ni los equipos optan por demandar a estas personas, para no perder negocio. Por eso prefieren ataques mediáticos en lugar de emprender acciones legales".
¿La 'argentinización' del fútbol mexicano?
El ejemplo argentino no es extrapolable a México, ya había advertido Martínez. Ahí el problema ya se ha enquistado más allá del fútbol, pues las 'barras' ya se han expandido a otros menesteres, apuntó Diego Murzi, sociólogo argentino, vicepresidente de la ONG Salvemos al fútbol: "Tienen que ser pensados como actores en varios espacios: actividades de la política, aprietes, pintadas, lo mismo para el mundo sindical, recaudar para la policía. Otros componentes delictivos. Eso explica por qué las barras no son desplazadas del mundo del fútbol y por qué tienen tanto poder". Martínez coincide con el punto de vista y sentencia: "La 'argentinización' del fútbol mexicano es un mito. Es un cuento que no se sostiene desde el punto de vista científico. Este fenómeno no es exclusivo de Argentina. Pasa también en Egipto, en Rusia, en varios países. Allá las barras están asociadas a la forma de hacer política. En México no es igual; aquí son consumidores. Lo que hacen los líderes de las barras es aprovechar la animación para hacer negocio a partir del discurso de la pasión".
"Argentina tiene la particularidad de que las barras son un actor central en los clubes. Los jefes de las hinchadas son personas conocidas. Hablan con los dirigentes, conocen a los jugadores, se manejan tranquilos dentro de los clubes", expone Murzi. La función práctica de la barra dentro del ecosistema del fútbol argentino es velar por la identidad del club, explica el sociólogo: "Se reivindica como el actor que siempre está, que deja todo por el club, que defiende los colores en un contexto en el que directivos, jugadores y técnicos son fugaces". El único punto coincidente entre ambos casos es el dinero que genera el constructo mediático de "la pasión del fútbol", aunque en Sudamérica el margen de maniobra de los 'barrabravas' es más profundo y no se acota al simple 'apoyo': "Es un gran negocio. La barra reclama una parte de esa gran caja, aunque algo de ese dinero negro proviene de transferencias, pagos no declarados, etcétera".
¿La 'cartelización' del fútbol mexicano?
Alfredo Morales, investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila, cree que la violencia en el fútbol mexicano es un tanto "simbólica", pero achaca su crecimiento y su latencia a raíz al auge del crimen organizado en el país. Y es que la 'protesta' de las hieleras asemejó a los mensajes que envían los carteles a bandas rivales y cuerpos gubernamentales. Para el académico, la influencia de esos símbolos poco a poco está llegando a las barras: "La violencia es estructural. No nace en los estadios, viene de fuera (...) Ese simbolismo se traslada a ellas. No es desconocido por muchos de los integrantes que el crimen organizado ha permeado. Las directivas lo saben. Los aparatos estatales lo saben, pero no tienen idea de cómo enfrentarlos".
Morales empata con Martínez en la tesis de que las formas de 'manifestación' de los aficionados regiomontanos es más discurso que acción, un discurso alentado por la mediatización del fútbol: "Es simbólico. No los andan buscando para destazarlos literalmente, ni mucho menos. Es una manera de protesta, probablemente algo ácida (...) Las cervecerías dicen 'la pasión manda' y a veces se toma muy en serio eso". El catedrático no justifica las acciones y matiza que la violencia es sistemática, replicada de igual manera por clubes, medios y Estado; no es un monopolio de las barras: "Se hace apología de la violencia en todos los costados. Consumimos narconovelas, narcocorridos. Hay diferentes tipos de violencia que pasan desapercibidos. Los directivos también la ejercen, por ejemplo, en la subida de precios de boletos. Eso es violencia institucional del club hacia el aficionado, pues transgreden la economía". A una conclusión similar llegó Murzi, en el contexto argentino: "Creo que todos los actores generan prácticas violentas, porque la violencia es algo legítimo en el fútbol en Argentina. Los jugadores se insultan, generan acciones para lograr los objetivos. Los dirigentes también practican violencia económica, política. La policía, los hinchas-no barras, con los cánticos homofóbicos, machistas".
Al igual que Martínez, Morales no ve signos de preocupación en México, pero sí alerta sobre la posibilidad de que la espiral de violencia que envuelve al país engulla también al fútbol: "Si dejamos que se normalice y que las autoridades no hagan nada (en consonancia con la idea de Martínez de apelar a la acción legal en lugar de la demonización) puede haber un problema. Las directivas, cuando hacen sus operaciones para contener la violencia, no contemplan al barrista como un actor social. ¿Por qué no los invitan a consensuar esquemas de prevención? El directivo necesita al barrista en términos mercadológicos, publicitarios, pero luego se olvida de él. Estamos todavía a un buen momento de compartir opiniones". En Argentina, desarrolla Murzi, la batalla luce perdida: "La AFA no se mete mucho en temas de violencia, prefiere dejarlo en manos del Estado; y el Estado, en manos de la policía. Es un tema del que nadie se quiere hacer cargo. Hoy en día la gestión de la violencia en el fútbol se está dando en las agencias de seguridad de los distritos y las provincias; tiene un perfil bajo, más operativo, y no tanto en las políticas públicas macro".