El fútbol es una víctima más en Haití
La selección del país más pobre del continente americano es un usual competidor en el fútbol de Concacaf, pero ha sufrido de la inestabilidad política y social.


"Haití ya no existe", tituló El País el 16 de enero de 2010, cuatro días después del devastador terremoto que arrebató la vida a 315,000 personas y dejó a la ya maltrecha nación hecha añicos. La mayor catástrofe natural-humanitaria de todos los tiempos. "Haití es una lucha constante", complementa el periodista Jon Lee Anderson en Los Años de la Espiral, "un país que ha padecido disturbios, episodios de violencia atroz y, con una regularidad deprimente, revueltas políticas lideradas por una sucesión de sátrapas y ladrones", añade. Haití es un milagro y una tragedia perpetua. La catástrofe natural y política. El asesinato del presidente Jovenel Moïse, en el cargo desde 2017, en teoría, porque ni los plazos son lo suficientemente claros en Haití, es un episodio más de la incesante desgracia que persigue a la nación más pobre del continente americano.
Pareciera imposible que algo germine en un país que, en apariencia, no existe, y si lo hace es sobre sus propias ruinas. Además del interminable desfile de persecuciones, golpes militares, violaciones sistemáticas a las mínimas garantías individuales, dictaduras, dictaduras disfrazadas de democracias, injerencias internacionales disfrazadas de esfuerzos humanitarios, rampantes deforestaciones, huracanes, terremotos, saqueos, infiernos en tierra, derrocamientos, 'Papa' Docs y 'Baby' Docs, Aristides y Prévales, otra constante de Haití es el fútbol. 'Les Grenadiers' suelen acudir a las fiestas a las que se les espera. Pese al perenne estado de emergencia que abraza al país desde su génesis, el fútbol supone lo más cercano a una alegría.
Haití es una de las cuatro selecciones caribeñas en clasificar a una Copa del Mundo (Alemania 1974). En las vitrinas de la Fédération Häitienne descansan dos trofeos oficiales, el Campeonato de Concacaf de 1973 y la Copa Caribeña de 2007. Se presentaron en la Copa América Centenario, en 2016. Rasguñaron la final de la Copa Oro 2019. Y fue un delantero nacido en Puerto Príncipe, que recibía un sueldo de $200 dólares del Don Bosco de Pétionville, quien destruyó en un suave toque de pelota a puerta abierta la mítica racha de 1,143 minutos sin conceder gol que poseía hasta entonces Dino Zoff. No es un mal registro para los estándares de una nación que vive al borde del caos. Aquel gol de Emmanuel Sanon, quien ascendió a rango de semidiós tras su muerte en 2008, es acaso el único instante de auténtica felicidad que ha podido permitirse el pueblo haitiano de por vida.
El recuento, eso sí, es un afán por ver la penca rebosante. Los éxitos de 'Le Rouge et Bleu', a la luz de las carencias, son encomiables, pero también meramente contextuales. El terror enquistado en Haití se ha replicado en su historia futbolística. El primer ejemplo está, precisa e irónicamente, en el momento cumbre: el legendario tanto de Sanon a Zoff. Después del partido, que ganó Italia 3-1, el autor de la histórica conquista y el defensa Ernst Jean-Joseph fallaron el control anti-dopaje. Sanon quedó absuelto, pero Jean-Joseph sufrió un calvario. El entonces vicepresidente de la Federación Haitiana, Acedius St. Louis, compaginaba sus labores futbolísticas con sus deberes milicianos como comandante de 'Les Leopards', la guardia pretoriana de Jean-Claude Duvalier, el infame 'Baby' Doc.
En su libro, The Story of the World Cup, Brian Glanville relata que St Louis separó a Jean-Joseph de la concentración, ubicada en la Grunwald Sports School, en Múnich, y lo encerró en una habitación incomunicada del Hotel Sheraton, donde habría sido torturado. Los oficiales de delegación haitiana pusieron al zaguero en un vuelo de regreso el día después, pero sus compañeros de selección desconocían su paradero. "Recuerdo la mirada de veneno de un oficial del equipo que siempre nos había sonreído", dijo Fritz Plantin, defensa, al periodista John Spurling al evocar el momento en el que los hombres de St. Louis 'arrestaron' a Jean-Joseph: "Nos sentíamos protegidos por ese lado del régimen, pero ahí vimos el lado oscuro. No pudimos dormir la noche antes de enfrentar a Polonia (derrota de 7-0). Solo pensábamos en Ernst", continuó.
Antes de su retorno a Haití, Jean-Joseph logró comunicarse con un attaché de la prensa polaca, a quien relató su historia. En cuestión de minutos, lo sucedido llegó a conocimiento de Herr Kurt Renner, delegado de prensa de la selección caribeña en el Mundial. Según Gianville, el Comité Organizador enfureció, pero no contra la Federación Haitiana, sino con el attaché y Renner, a quien despidieron. Unos días después, en vísperas de cerrar su participación en el campeonato, en duelo frente a Argentina, Jean-Joseph telefoneó a sus compañeros desde Haití para enterarles de que seguía con vida. El partido finalizó 3-1, favorable a la 'Albiceleste'; Sanon, quién si no, firmó el gol 'de la honra'. El periplo de Haití en su primer y único Mundial estuvo marcado por el miedo. "Muchos sentían que era peligroso tener a Jean-Claude tan cerca del equipo. A pesar de que era joven, era como un padre chapado a la antigua: nos podía castigar cuando quisiera", sentenció Sanon citado por The Guardian en un artículo de Simon Burnton.
El affaire Jean-Joseph/Múnich está enmarcado en la trama de corrupción y represión que envolvió al fútbol haitiano durante el dominio del clan Duvalier. No es el único, ni el más trágico. Basta recordar a Joe Gaetjens, uno de los héroes de las Copas del Mundo. Suyo fue el gol con el que Estados Unidos venció 1-0 a Inglaterra en el Estadio Independencia, en Belo Horizonte, durante el Mundial de Brasil '50; uno de los cotejos más célebres en la historia del balompié, el 'Partido de Sus Vidas'. Gaetjens, oriundo de Puerto Príncipe, empezó a jugar fútbol a los 14 años en las filas del Etoile Haïtienne; en 1947, consiguió una beca para estudiar contaduría en la Universidad de Columbia y combinó sus estudios con los partidos de fin de semana vestido con la casaca del Brookhattan, equipo de la extinta American Soccer League. Para pagar las facturas, Gaetjens tenía una tercera misión, aunado a los estudios y el fútbol: lavar los platos del restaurant que poseía el dueño del Brookhattan. Fue ahí, en la ASL, donde Gaetjens llamó la atención de los visores del equipo nacional. Después del Mundial de Brasil, el ariete continuó su carrera en Francia (Racing Club de París y Olympique Alés) y se negó a adquirir la nacionalidad estadounidense. Volvió a Haití en 1953 e inició un nuevo proyecto de vida: director técnico del Etoile y dueño de una cadena de lavanderías.

A Gaetjens no le interesaba la política, pero sus dos hermanos, Jean-Pierre y Freddie, sí. El régimen de François Duvalier, padre de Jean-Claude, los acusó de intentar un golpe de Estado en su contra, asociados a un grupo de exiliados en la República Dominicana. Pasó el tiempo hasta el 4 de julio de 1964, cuando 'Papa' Doc se declaró 'presidente eterno' de Haití y, al día siguiente, la familia Gaetjens abandonó el país. Todos, menos Joe. Lesly Gaetjens, hijo del exfutbolista, contó a la BBC lo que vivió la noche del 8 de julio de 1964: "Enviaron a dos Tontons Macoutes (los 'escuadrones de la muerte' de Duvalier) a una de las lavanderías de mi padre. Cuando él se acercó para recibirlos, lo tomaron de los brazos y llevaron a un automóvil. Le pusieron una pistola en la cabeza. Después, despareció". Joe terminó en Fort Dimanche, el 'centro nacional' de tortura, la Lubianka haitiana. El cuerpo de Gaetjens nunca ha sido encontrado. La familia obtuvo hasta 1972 confirmación de que el goleador había muerto. Lesly aseguró poseer un documento de la CIA que demuestra que Joe y 'Papa Doc' coincidieron en Fort Dimanche esa misma noche: "La versión que más he escuchado es que fue Duvalier quien mató a mi padre, con sus propias manos".
El terremoto de 2010 también dejó secuelas sobre el fútbol haitiano. Además de la destrucción parcial del estadio Sylvio Cator, cuyo césped fue utilizado como albergue durante varios meses, al menos 30 miembros de la Federación Haitiana murieron en el sismo. Jugadores, entrenadores, árbitros, personal administrativo y médico, los 30 se encontraban en una reunión en los cuarteles de la organización cuando la tierra se sacudió aquel 12 de enero de 2010. El edificio se vino abajo tras el movimiento. La FIFA donó $3,250,000 dólares para la reconstrucción, el primer atisbo de ayuda del fútbol internacional desde que en 2004 la Selección Brasileña, enviada por Lula Da Silva, jugara un partido amistoso en el Sylvio Cator mientras el país se desgajaba tras el golpe de Estado que depuso al presidente Jean-Bertrand Aristide. Un duelo patrullado por los 'cascos azules' de la ONU y protagonizado por Roberto Carlos, Ronaldo y Ronaldinho, quienes arribaron al estadio en tanquetas de las Naciones Unidas.
En un país repleto de víctimas, el fútbol es una sonrisa ocasional. Un espejo, una víctima más.