Ochoa salva la noche
México clasificó a la final de la Concacaf Nations League al imponerse en serie de penaltis a Costa Rica después del 0-0 en tiempo regular. Ochoa atajó el disparo definitivo.
Guillermo Ochoa conjuró los fantasmas. La atajada del guardameta tricolor resolvió una serie de penaltis agónica tras un partido tenso, bronco, melodramático, que coqueteó con la catástrofe (y la cancelación). El ‘grito homofóbico’ fue protagonista, igual que los porteros, las argucias de Hirving Lozano y la pólvora mojada. Costa Rica compitió sin arrebatos y México sobrevivió a sus claroscuros. El salvamento de Ochoa envió al Tri a la final de la Nations League frente al viejo conocido, el rival de la eternidad. Un capítulo más. Un Clásico más.
El partido arrancó con alto voltaje en un estadio cuyo retumbar se replica doloroso en las entrañas. Campbell madrugó a Ochoa tres minutos antes de que Héctor Herrera trazara un brochazo bellísimo que Lozano casi convierte en un cuadro digno del Museo de Arte de Denver. O hasta del Louvre, a la sazón. La pelota murió en su pecho, ‘El Chucky’ se dejó caer suavemente hacia atrás, con la pierna derecha endilgada y el balón suspendido en los aires, alejándose de él lentamente. Moreira desterró el gol del año de nuestras retinas.
Gobernado por el tándem Guardado-Herrera, el partido se instaló en la selva costarricense; el escenario generó que Henry Martín, bayoneta calada, entrara a los aposentos de Moreira; el tiro de Lainez lamió el poste izquierdo. Como respuesta, Campbell obligó al vuelo nuclear de Ochoa para desactivar un misil con alto potencial destructivo.
El planteamiento de probeta y tubos de ensaye de Martino tuvo efectos colaterales. Antuna, condenado a un incesante vaivén por la autopista derecha; Edson Álvarez, incrustado entre Moreno y Araujo, guerreros de terracota; un túnel subterráneo entre Bryan Ruiz y Celso Borges para llegar a Guardado y Herrera. Ronald González notó la descompensación: Ruiz y Leal activaron transiciones fulgurantes entre las lagunas que separaban a Álvarez de la bomba central y a Arteaga y Antuna de sus servicios defensivos. “Unas por otras”, reza la sabiduría popular. Arteaga, un cuchillo, perforó hasta la línea de fondo; Martín corrió la cortina y Herrera abrió el botín derecho para fusilar a Moreira. No contábamos con que el espíritu de Keylor Navas iba a transmutar en el cuerpo del portero del Alajauelense.
Ronald González ordenó avanzada y el partido se redujo a 30 metros de espesor. Entonces, Alfonso Martínez volvió a espantar a Ochoa, pero Edson Álvarez, kamikaze, salvador, se interpuso valeroso como guerrillero ante el fusilamiento de su líder. Héctor Herrera redactó la respuesta mexicana: bombazo recto, tiro de autor, y Moreira que confirmó, una vez más, que Costa Rica no solo produce café y caña de azúcar, sino también porteros de alcurnia.
Martino agitó la baraja. Romo, mariscal cementero, a tomar la batuta de Guardado. Arteaga, vaciado, cedió su lugar a Gallardo. Pulido suplantó a Martin, un alma perdida en las infinitas montañas de Vail. El Tri cambió de color, aunque no precisamente al rosa mexicano. Predominó el negro de sus ropajes. La disciplina de Fulller y Oviedo, inagotables, inabordables, obligó a Antuna y Gallardo a trazar diagonales en sentido contrario, un atentado a los postulados de Martino, que exigen desborde lateral hasta las últimas consecuencias. Ronald González había dado con la tecla. La noche de Denver, que era tan diáfana, tan apacible, enturbió lentamente. El síntoma fue el combate Lozano-Cruz, cuyo saldo pudo ser trágico para ambas partes. Una noche netamente Concacafkiana, pues. El partido terminó sometido al fuego vivo y su existencia, amenazada por el inefable ‘grito’, más resistente que el coronavirus.
El juego sobrevivió milagrosamente a los protocolos anti-discriminatorios y a las advertencias de López. Penaltis, como en Houston, hace dos años. Antuna se encargó de prolongar la amargura de la noche, pero el tiro de Duarte terminó más cerca del Ball Arena de los Denver Nuggets que de la cabaña de Ochoa. Romo y Orbelín anotaron como en el jardín de casa y Gallardo probó que Moreira es falible. Ochoa, lance bestial hacia su derecha, conjuró el tiro de Cruz y la velada terminó en susto, alivio y éxtasis. Otro capítulo, uno más. Otro EEUU vs. México aguarda en otro domingo de rivalidad catártica. Un trofeo está en juego, una vez más. Hasta entonces.