Oda al ‘Cheto’ Leaño (la vida es más perder que cualquier otra cosa)
Hay dos certezas en la vida: la muerte y la pérdida de cosas en el proceso. Lo demás es variable. Bueno, tal vez existe otra realidad ineluctable: los colores no se cambian después de que te enrolas en la secta del futbol. Esto último no es un aforismo de Juan Villoro o del ‘Perro’ Bermúdez, sino una condena que se pasa muchas veces por la cadena genética y otras cuantas se elige a conciencia. Sé muy pocas cosas y hace quince años sabía incluso menos. Jorge Valdano dice que el futbol es lo más importante entre lo menos importante; por entonces yo no sabía quién era “El Poeta” y el futbol nada más me sonaba a Ricky Martin. La afición por el “deporte más hermoso del mundo” me llegó tarde como para soñar con ser profesional o para contemplar las cátedras del ‘Bam Bam’ Zamorano en el Estadio Azteca. Aunque se empezó a desarrollar ahí — justo a tiempo — para ver el bicampeonato de los Pumas en 2004. Ignoro muchas cosas, pero sé que el penal fallado de Rafael Medina dice más de la vida que la vuelta olímpica.
Rafa Medina era un defensa derecho que entonces tenía veinticinco años. Jugaba en Chivas y tarde o temprano iba a ser llamado a la Selección Mexicana. En aquella final del Clausura 2004 fue el único en fallar desde los once pasos. Fue el último en tirar. Puso la pelota en la marca, echó la cabeza abajo, se testereó la nariz de manera nerviosa y, después de tomar vuelo, conectó el balón. Este se abrió siguiendo el efecto de uno de esos proyectiles en forma de estrella que lanzan los ninjas en las películas. Chivas perdió el título, Medina terminó de rodillas y tapándose el rostro con las manos. Nunca se pudo levantar.
Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos, dice Jorge Luis Borges en un poema. El escritor argentino era un antifutbolero del tamaño del Maracaná, pero con este solo verso capturó involuntariamente la belleza primitiva y estúpida del balompié, tan parecida a la de la vida. Los chivahermanos no dejaron de vitorear a su equipo después de ese yerro. O por los tantos otros que le siguieron. Perder es la mayor parte del juego. Los aficionados del Atlas se han ido uno a uno a la tumba esperando que sus Zorros levanten otro título de liga tras el obtenido en 1951. Ellos conocen de sobra los conceptos de muerte y pérdida. Y también de fidelidad. La vida es más perder que cualquier otra cosa, dice Eduardo Sacheri en una crónica. Sólo es nuestro aquello que perdemos a conciencia. Ajustando el dicho: el que por su gusto le va al Cruz Azul hasta la derrota le sabe.
Irle a los Tecos no es cosa fácil. Tantos años después de escoger mi propio veneno todavía trato de racionalizar la elección y acaso dotarla de un sentido más robusto a la hora de explicarla. Siempre es un desastre. ¿A qué equipo le vas? No me vas a creer. No mames que le vas al América. Te digo que no me vas a creer. Eres chairo y le vas a los Pumas. Sí y no. Al Atlante, entonces, como los viejitos y los peluqueros. Ojalá fuera al Atlante, sería más sencillo de explicar. No te hagas el misterioso. A Tecos. No mames, ni siquiera en Guadalajara le van, ya dime. No es broma. Pinche mamón, ya dime. Ya te dije. ¿Tu familia es de allá? ¿Eres fachito? Nel. Pinche equipo feo y gris, nada más robaban aire en primera. La conversación se alarga y se alarga y nunca encuentra un punch line, aunque irle a la UAG pareciera un chiste.
La culpa la tienen los galactecos. Para el Clausura 2005 ya había dejado la crisálida y me había transformado en un pambolero de forma adulta. Había llegado la hora de elegir representación. Los Pumas de esa época eran muy populares y ganadores; tal vez por eso nunca me pude identificar con ellos. El América tenía un tridente de miedo en la delantera, al mejor jugador de una época, estadios llenos en cualquier plaza y todo el apoyo mediático de una televisora. No necesitaban otro aficionado en su barco. Los adolescentes son todos iguales porque todos quieren ser diferentes. De entre todas las opciones me aficioné a un equipo cuyo uniforme era un mantel de picnic y que parecía que siempre jugaba a puerta cerrada; en cualquier cancha los Tecos eran visitantes y tenían los momios en contra. Como buenos underdogs a veces ganaban.
El equipo de Zapopan tiene pocas cosas que presumir en su historia: ganó el título de primera división en la temporada 1993–1994, subió deportivamente desde tercera, le ofreció un ridículo contrato de veinte años a Víctor Manuel Vucetich después de conseguir su único campeonato — mismo que no se respetó— , fue el primer equipo mexicano en ocupar Seven Nation Army como música de fondo en el estadio y convirtió en un clásico moderno el futbol en las noches de viernes. No hay más que eso. El cuadro de la UAG estuvo en la categoría de oro de 1975 al 2012 y se le recuerda más por su jersey tipo Croacia que por alguna gloria en la grama.
Los dirigidos por Daniel “Travieso” Guzmán, quien físicamente se asemejaba a un tecolote antropomorfo, alcanzaron su segunda final imponiendo un estilo duro y explosivo en el Clausura 2005. El killer uruguayo Carlos María ‘Tanque’ Morales era el hombre de experiencia en una plantilla con pocos nombres, pero con potencial. Al cabo de los años futbolistas como Diego Colotto, Daniel ‘Hachita’ Ludueña, Juan Pablo ‘Chato’ Rodríguez y José de Jesús Corona encontraron su camino para convertirse en figuras de la liga mexicana. Otros elementos como Andony Hernández o Saíd Godínez ni siquiera figuran en la conversación futbolera como un ¿te acuerdas de? y cayeron de bruces en el olvido. El brasileño Eliomar Marcón aportó nueve goles en el torneo y después desapareció del mapa tras una transferencia hacia Santos Laguna. Flavio Davino, hermano mayor y menos mediático del americanista Duilio Jean-Pierre Davino, también vistió la playera cuadriculada esa temporada. Sin embargo, el jugador más evocado y el que se llevaba todos los reflectores en el grupo era Juan Carlos Leaño. El periodista Jaime Avilés alguna vez escribió que Diego Armando Maradona era el mejor futbolista de todos los tiempos — el primero y el segundo — . Para no pocas personas, ‘‘El Cheto’’, capitán vitalicio y heredero de la franquicia de los Tecos, figura como uno de los más limitados.
Leaño era un central grandote, más no un gran central. A pesar de su altura, a veces no medía bien los botes y las pelotas se le iban por alto. La velocidad no era su mejor característica, es cierto. Los pies se le atoraban en el césped en cada inicio de corrida. Los efectos de sonido de las series de Hanna Barbera se ajustaban a cada una de sus intervenciones en el campo. Sus carreras, por ejemplo, sonaban al pedaleo de Los Picapiedras en el troncomóvil y sus rechaces sonaban como cuando Jerry le jalaba los bigotes a Tom. Tampoco era lo que algunos llaman un tiempista: su marca era casi líquida. “El Patrón“ era un central rudimentario, aguerrido, luchón. Cuajó ocho autogoles. El juego terrestre no era lo suyo ni tampoco el aéreo. Llegó tarde a la repartición de técnica y le sacaron la amarilla. Su control de la pelota era doloroso y de su toque en salida es mejor no hablar. Siempre traía el gafete de capitán y se calzaba el 27. Aún con sus evidentes limitantes, Leaño jugó más de 300 partidos en la Liga MX y metió ocho goles.
Por una lesión en el muslo derecho, “Corazón Valiente”, como trataron de apodarle en algún tiempo, se perdió buena parte del Clausura 2005, pero se recuperó justo para jugar todos los partidos de la liguilla. Leaño alineó en los duelos ante Necaxa, Monarcas Morelia y la la serie por el campeonato ante el Club América. Disputó todos los minutos posibles y ni en uno solo negoció el esfuerzo. En la transmisión de la final de ida, Christian Martinoli sintetizó la naturaleza del duelo en una oración: el débil y pobre contra el poderoso y millonario. La UAG, en contra de los pronósticos, estuvo cerca de sacar ventaja en el partido disputado en el 3 de marzo. Colotto adelantó a los zapopanos con un golazo de volea y un jovensísimo Guillermo Ochoa salvó su arco en un par de ocasiones claras. Cuauhtémoc Blanco consiguió el empate definitivo — al minuto 88 — con un penal bombeadito; la falta que precedió la igualada fue al menos apretada. En el Estadio Azteca el cuadro de Mario Carrillo no tuvo piedad: Aarón “Gansito” Padilla y Claudio “Piojo” López se despacharon con un doblete cada uno. Blanco y ‘Chuy’ Mendoza completaron la cuenta para un humillante 7–4 global. El equipo metió, pero la calidad de los azulcremas se impuso. Hay tipos tan a la contra que disfrutan más de una cruda que de una borrachera. El estrepitoso revés de los Tecos me hizo identificarme más con sus colores. Sólo es nuestro lo que perdimos. Perder es lo nuestro.
Antes de irse a la segunda división y después de llegar a la final contra las Águilas, la UAG jugó tres liguillas más de catorce posibles. En ninguna pasó la primera ronda. Durante estos años de vuelos bajos hubo un cambiadero en la plantilla y el banquillo. “El Patrón” Leaño estuvo ahí todo el tiempo. Para bien o para mal. El eterno revulsivo tecolote Eduardo Acevedo vivió su segunda y tercera etapa con los universitarios. César Luis Menotti, campeón del mundo con Argentina en 1978, dirigió a los emplumados por casi cinco meses; “El Flaco” alegó pérdida de enamoramiento y se marchó. Por cinco torneos, Miguel Herrera tomó las riendas de los ya Estudiantes Tecos — con todo y su uniforme horrible tipo Gryffindor — y los llevó a su última postemporada; “El Piojo” se separó de la plantilla tras caer goleado por Chivas en el Apertura 2010. En su último torneo, y con la presión del descenso quemándoles el pico y las patas, los universitarios tuvieron cuatro estrategas. La pérdida de la categoría se consumó con el profesor Héctor Hugo Eugui.
Leaño debutó en el Invierno 1998 y se retiró en el Clausura 2012, a los 34 años. No quiso jugar en el Ascenso MX. Horas antes de su último partido, el central anunció el fin de su carrera. “Llega este momento en que tengo que decirle adiós a mi hermano mayor. Sé que puedo hacerlo con la frente en alto porque nunca me guardé nada. Siempre entregué todo, incluso lo que algunas veces era físicamente imposible”, dijo en una conferencia que parecía más un funeral. Los Tecos estaban matemáticamente condenados. En la sala de prensa estaba toda su familia apesadumbrada como si hubiera sido una misa de cuerpo presente. “A los reporteros, editores, comentaristas, analistas y toda esa gente que vivía quizá con envidia o sus propias frustraciones les impedían ver las cosas positivas de mi historia como futbolista, a ellos les tengo que decir que tampoco me pudieron desanimar y les tengo que agradecer por hacer que trabajara más fuerte y que tuviera que demostrar más en cada partido por el sólo hecho de ser el ‘Patrón’”, reprochó quien como Franco Baresi, Paolo Maldini, Carles Puyol y Gary Neville nada más vistió una playera.
El duelo de la jornada 17 entre Tecos y Querétaro terminó empatado a un gol y fue tan gris que hasta estuvo narrado por Francisco González. Todas las cámaras se fueron hacia un hombre cuando sonó el silbato: Leaño se puso en cuclillas y empezó a llorar. El estadio, como casi nunca, registraba una buena entrada y, como casi nunca, sonaba el grito de “Tecos, Tecos” en las gradas. Alejandro Castro, como sabiendo que en unos meses iba a anotar el autogol que significó el empate y posteriormente el título de las Águilas en la final América — Cruz Azul del Clausura 2013, se acercó al “Patrón” y lo consoló. El futbol como la vida es pura derrota y apenas algunos triunfos.
Después del retiro, la wikipedia del Leaño se convirtió en una tumba exquisita que nunca deja de ser profanada. De vez en vez algún comediante edita su artículo y altera todo lo concerniente a su información personal. Una vez le pusieron que, al igual que Supermán, nació en el ahora extinto planeta de Kryptón. En otra ocasión alguien agregó que también se le conocía con el apodo de “El dios del futbol mundial” y que podía jugar indistintamente como arquero, defensa, delantero y mediocampista. Este fenómeno lo experimentan a carne abierta otros exjugadores como Joel Huiqui y Marco Antonio “Pikolín” Palacios; otros centrales limitadísimos a los ojos de mucha gente. Ambos fueron campeones y también perdieron finales. En la vida hay personas que son como Messi, genios naturales que están adelante de todos incluso a pesar de sí mismos, y también existen otras como Cristiano Ronaldo, talentosos y enfermos de la disciplina. Hay tipos que siempre parece que van a perder y tienen que trabajar al triple o cuádruple para al menos fracasar con algo de decoro. Aún así, Tecos ganó un título de primera división, el “Cheto” metió ocho goles en su carrera y hasta salió en un video de Maná.
Nunca fui un buen jugador de futbol. Era demasiado lento y poco coordinado para ser delantero, muy torpe con el manejo de la pelota para ser creativo y no tan gordo como para ser portero. Prefería ubicarme en el fondo mientras todos se peleaban por jugar de nueve o por los costados. A los doce años nadie quiere ser defensa. Tal vez ni después de los doce. Ofrecerse para el puesto era un boleto seguro para no ser el último elegido para la reta. En la central se hacen otras cosas, muchas cosas, más no jugar. Allá abajo uno muerde, estorba, pega, rompe, jalonea, puntea, roba, revienta, escupe, empuja, pero con la pelota hace muy poquito. Más que jugar, en la central se pierde constantemente. Y en eso sí me destaqué siempre. En su cancha imaginaria, los morros de la secundaria se veían a sí mismos en la piel de Thierry Henry, Ronaldinho, Deco, Juan Román Riquelme o Cuauhtémoc Blanco cuando jugábamos sobre el cemento. Yo siempre tuve claro que era el ‘Cheto’ Leaño.