Disculpa, @DiegoLuna_, me falta mano izquierda
Hace algunos años, me parece que en 2011, tuve el privilegio de ser invitado a una pequeña reunión en casa de Diego Luna, ubicada en la empedrada San Ángel, para revisar su muy adelantada cinta sobre la carrera del ídolo mexicano Julio César Chávez.
Calculo que a estas alturas del partido ya he visto más de mil películas, soy un fanático de la pantalla grande, pero no me confundo; no fui invitado por mis conocimientos del séptimo arte, sino porque en ese entonces dirigía el diario deportivo Récord y mi opinión sobre los datos duros de trabajo documental de Diego podría ser de utilidad.
La inolvidable velada estuvo a la altura del material que nos compartió el autor; su trabajo de recopilación incluyó simpáticas anécdotas, en la voz del protagonista, así como la participación del expresidente de la República, Carlos Salinas de Gortari; excampeones del mundo, Don King (el abusivo ex representante de JC), José Sulaimán, Mike Tyson y el periodista Javier Solórzano.
Así que, tras el aplauso al final de la función privada, se encendieron las luces y comenzó el ejercicio de opiniones, entre canapés y una copa de tinto. Justo ahí se jodió todo.
Jamás aprendí a utilizar la mano izquierda como el gran campeón de Ciudad Obregón, Sonora y sin atender al tradicional round de estudio (mal de mi parte), solté un cruzado de derecha. No, la verdad es que soy nada agresivo y mi intención fue la mejor para con el querido Diego y su trabajo, pero sentí que nos presentaba cosas muy lindas y un trabajo dedicado y cuidadoso de la carrera de “Mister KO”, pero dejaba completamente fuera el interesante y muy importante “lado oscuro” de Julio. Justo ese contenido de su existencia que lo llevó a ser el entrañable tipo que es hoy, después de enfrentar y también ganar ante el rival más complicado que la vida le puso enfrente: la adición a las drogas y al alcohol.
Ese mundo “mágico” como amigo de políticos que le permitían y aplaudían sus excesos, incluso en instalaciones prohibidas para un mexicano cualquiera; mujeres famosas (y hermosas) que eran capaces de aparecer en la noche previa a sus peleas para “alentarlo”; poderosos narcos que le brindaban seguridad (no solicitada por el campeón); contactos y "mercancía de primera”. Un mundo real al que Julio César se entregó y que afectó, más que su carrera, a su familia.
Por supuesto que los autores se pueden tomar la libertad de no incluir ciertos pasajes de sus protagonistas, por considerar que no son indispensables para contar la historia. Por supuesto que entiendo que Diego me dijera que no era el tono que quería compartir con la audiencia y que su intención primaria siempre fue la de resaltar la grandeza del inmortal JCC.
Respecto a cómo contar historias “comprometedoras”, la escritora californiana Anne Lamott piensa que “si la gente quiere que se escriba más calurosamente sobre su vida, debería haberse comportado mejor”. Bien, pues seguramente en ese momento, durante la velada, mi idea estaba muy ligada a este pensamiento. Hoy voy más allá y creo que todos deberíamos de sentirnos menos apenados por compartir nuestras verdaderas historias, pues la suma de nuestras fallas, debilidades, aciertos y fortalezas, da como resultado lo que realmente somos, más allá de la publicidad.
Así que hoy, después de algunos años de estar apenado con el actor, cineasta y activista mexicano por mi falta de tacto y de confirmar que ambos perdimos en ese momento (él, porque la película no tuvo el éxito esperado y yo, porque ya no me volvió a invitar a su casa), en este inicio de semana estoy seguro que, con el tiempo, ambos entendimos el valor de contar las historias completas, se molesten o no sus protagonistas. México y su deporte mejorarán si sus cronistas son más honestos y directos que cordiales o diplomáticos.
¿Ustedes qué creen?