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Tiger apaga las llamas del infierno

La marabunta que acompañó a Tiger Woods en el hoyo 18 de East Lake estaba ansiosa. Gritaba “¡Tiger, Tiger!” y “¡USA, USA!”, porque este fin de semana en París se disputa la Ryder. El público que le seguía y los millones de espectadores tras las pantallas (en el PGA Championship, la CBS ya reunió un 69% más de audiencia que en 2017) necesitaban poner punto final a la gran historia de redención. Tiger, 42 años, 14 majors, cuatro operaciones de espalda para un total de 12 (con la rodilla izquierda pasó otro calvario) acababa de ganar un torneo, el número ochenta del PGA Tour y el 107 en su cuenta total, después de 1.877 días de infierno. Un averno al que él también contribuyó a azuzar las llamas con su divorcio después de descubrirse una vida paralela, de adicción al sexo, detrás de su imagen impoluta. El mismo hombre que estrelló su coche en 2009. El mismo que apareció en mayo de 2017 en una foto policial tras ser arrestado, drogado por la medicación que tomaba para mitigar los dolores.

“Sin palabras, simplemente Tiger”. Rafa Nadal, que de retornos triunfales sabe un poco, tuiteaba esa frase. La admiración que tiene hacia el golfista, al que estuvo viendo el año pasado en un torneo en Bahamas y al que ha acogido varias veces en su palco en el US Open, es a prueba de escándalos. Rafa reconoce en Tiger a uno de los deportistas más grandes de la historia. Y así es. Con 42 años y el cuerpo cosido en los quirófanos, el de Cypress puede volver a mirar en el horizonte los 18 grandes de Jack Nicklaus. De momento, este fin de semana será la gran estrella de la Ryder Cup, la vieja competición de Europa contra Estados Unidos en la que su figura volverá a intimidar. Otra vez, vuelve a ser esa megaestrella a la que el capitán de EE UU no encontraba pareja porque nadie aguantaba la presión de jugar al lado de alguien con tanto brillo. “Me ha costado no llorar en el último putt”, confesó el Tigre. Nadie había conseguido apagar así las llamas del infierno.