El Barça opaco y el transparente
El Barça apareció en el campo con el rostro desdibujado por alguna vieja pesadilla. Su defensa fue el espejo oscuro de su pasado, y su delantera parecía la que años atrás se dejó las ilusiones europeas en Berna, ante el Benfica, circunstancia que sólo recordamos los que por entonces empezamos a distinguir el sufrimiento que conlleva ser azulgrana. El asunto de ayer en Donosti fue grave si no hubiera ganado al fin el equipo de Valverde. Porque hubiera puesto de manifiesto, a sangre, el estado calamitoso de una defensa cuyos errores tapa Ter Stegen, al que pagan mucho pero no tanto como para jugar por más de cuatro. En la delantera todo estuvo a merced de que Messi reorganizara a cada instante el bajón de Luis Suárez y las ansiedades de los jugadores que acompañan al capitán en esta odisea de errores. Piqué y Sergio Roberto regalaron armas letales, pero el portero alemán fue lo que un día lejano, no en la tarde de Berna, fue don Antonio Ramallets.
La opacidad atacante se resolvió en algunos claros de Dembélé y del propio Luis Suárez, pero no dejó de estar presente en la mentalidad del equipo, hecho para hazañas y ayer convertido en una mediocre copia de una obra discreta. Un Barça así resuelve sólo para quedar bien con el marcador y con la tabla. Cuando Demebélé marcó su gol Valverde exclamó: “¡Sí señor!” Lo hizo sólo entonces. El resto anotaba quizá una carta de auxilio.