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Termómetro para la frustración

La Supercopa de España viene torcida para el Sevilla desde hace meses. Concretamente, desde que el Barcelona lo humilló en la final de la Copa del Rey celebrada en el Wanda, cuando ya se daba por hecho que habría que disputar este título en verano ante el mismo rival. LaLiga acabó de aquella manera, la planificación deportiva ha dado mil y un bandazos hasta que se puso a Caparrós al frente y el ritmo de llegada de los necesarios refuerzos no ha sido el esperado y necesario para afrontar con garantías un partido que vale un título ante todo un Barcelona. Caparrós ya lo ha dicho: “Es más importante estar en la fase de grupos de la Europa League que ganar la Supercopa”. Y en ésas están.

El problema es que la afición se siente humillada. Por lo que pasó en el Wanda, por haber tenido que renunciar a un partido en Nervión ante el Barcelona por trasladar la Supercopa a Tánger, por el numerito montado por el presidente de la Federación y su homólogo en Nervión en las radios, amenazas incluidas, y por la última chapuza del comunicado sobre la bocina para que jueguen todos los extracomunitarios habidos y por haber. Y todavía falta que Messi se quite la careta triste que se pone cada vez que viste la albiceleste para ponerse la capa de superhéroe que luce siempre que se enfrenta al Sevilla. Había quien abogaba hasta por no presentarse, pero el fútbol es tan caprichoso que quién sabe si todo ese pesimismo, rabia y frustración se convierte en celebración cuando pase la medianoche. Cosas más complicadas ha hecho este Sevilla que tiene esta noche un termómetro para su frustración.