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Quizá no es fobia a la tecnología, es nostalgia

Que no, que no es tecnofobia. Si acaso nostalgia. Que no es reaccionar al cambio ni oponerse al progreso. Si acaso es una mirada romántica al recuerdo. Que lo de antes de ayer ya es historia.

Ha sido emocionante asistir en el recién terminado Mundial de Rusia al futuro, que ya es presente. Imaginarme en este nuevo fútbol, en cómo echaría la carrera hasta la pantalla para estar seguro. Raro, pero no extraño. Ya lo hacía en casa, sin posibilidad de corrección y con posibilidad de angustia.

El fútbol que yo viví, el que yo era, queda enmarcado en lo pasado, en lo superado. Será anécdota. Será un “en mis tiempos” que les cuente a los críos como se cuenta un cuento. Como el revelado de fotos a oscuras, como el pincho de tortilla de bar con huevo de cáscara y como los selfies de fotomatón de la despedida en la estación después de una noche memorable.

Pues eso, que no por asumir que el futuro ya ha llegado y que es viable y que es mejor y que todo va que chuta, vamos a dejar de restarle poesía a lo que nos hace apasionarnos, aunque sean malos tiempos para la lírica. La parte buena de las revoluciones tecnológicas es el revestimiento de lo previo con esos honores que merece la historia. “Lo auténtico”. Incluso la jugada vanidosa que tienen todos los profesionales retirados, cuando lo suyo era más difícil, más meritorio, más rudo, más (otra vez) “auténtico”.

Consuelos, imagino. Consuelos en la frontera presencial entre tomo y tomo de la Historia del Fútbol. Sólo un momento, permitidme, para la nostalgia. Sólo un instante, estas pocas líneas.

Sólo el placer, como siempre reconozco que hago, de entrar a cualquier partido que pille por ahí, en alguno de mis paseos sin rumbo por Bizkaia o por Madrid, a sentarme en la grada sin móvil y con ganas para ver a un puñado de chavalas o chavales jugar, que no trabajar, al fútbol.