México desaparece ante Brasil y queda eliminado del Mundial
La Selección Mexicana cayó por 2-0 ante Brasil y quedó eliminado del Mundial de Rusia 2018. Por séptima Copa del Mundo consecutiva, el Tricolor se queda en Octavos de Final.
Ver un sueño frustrado lastima, por supuesto. Duele hasta el llanto. Deja heridas difíciles de sanar. Y no porque Neymar se lleve el índice a la boca para callar a la afición verde. Eso es solo un capítulo de descortesía inesperada. Lo que realmente duele es la ilusión rota: el 2-0 que aniquila la esperanza de una nación. México ha caído ante Brasil. Está fuera de la Copa del Mundo.
Duele porque la maldición es ya una loza pesada, que parece imposible de superar: siete Mundiales consecutivos ha sido eliminado el Tricolor en la misma instancia. Ahora ante el pentacampeón, como antes fue ante Argentina, Holanda, Alemania, Estados Unidos o Bulgaria. Duele porque la esperanza era real.
Lastima porque el sueño estaba ahí, al alcance de la mano. O al menos eso parecía, eso decía el corazón de 120 millones. Pero la cancha ha dicho otra cosa. Brasil es superior y punto. Tampoco se puede ocultar. El quinto partido tendrá que esperar. México está fuera de Rusia 2018. Por séptima ocasión consecutiva, es eliminado en Octavos de Final.
El arranque es bueno para el Tricolor: sin complejos. Logra algo que antes del encuentro parecía imposible: le quita la bola a Brasil. El equipo del “jogo bonito” sufre porque la redonda pasa más tiempo en pies mexicanos. Andrés Guardado corre como si fuera su primer Mundial y no el cuarto. Su servicio, desde la izquierda, es manoteado por Allison. Le queda al “Chucky” Lozano. Control y disparo que tapa la defensa, al ‘2.
Sabe el Tricolor que los errores están prohibidos. Para aspirar, se necesita un partido prácticamente perfecto. Pero Carlos Salcedo falla con un toque en la salida. Brasil recupera y la redonda termina en pies de Neymar: disparo potente, de lejos. Guillermo Ochoa desvía con apuros. Es el inicio, al ‘5, de una gran tarde, en lo individual, para el arquero mexicano.
El cuadro azteca tiene más tiempo el balón. Pero en el fútbol, poseerlo no es suficiente: hay que hacerlo trascender. Ahí es donde este equipo sufre. Enorme control del “Chucky”, desborde sobre Filipe Luis. La diagonal peligrosa no es alcanzada por “Chicharito” Hernández, al ‘14. Y siete minutos más tarde, Héctor Herrera hace un recorte en el área, pero su disparo es tapado por Casemiro.
Resulta estéril el dominio mexicano, que termina tras poco más de 20 minutos. Entonces, el gigante despierta. Brasil recupera su condición de pentacampeón del mundo. Pisa el acelerador y pone a sufrir al cuadro verde. Neymar entra por izquierda a zona peligrosa. Le hacen el dos a uno. Pero con una finta, deja en el camino a Hugo Ayala y Edson Álvarez. Derroche de habilidad. Le queda poco ángulo. Ochoa sale y se lo reduce aún más. El arquero tapa. Otra gran intervención, al ‘24.
Dos minutos más tarde, Coutinho remata una diagonal peligrosa, por encima. y al ‘32, Gabriel Jesús mete un disparo que Guillermo Ochoa, una vez más, tapa con apuros para que la defensa complemente con angustia. México lo pasa muy mal en la cancha de la Arena Samara. Sufre incluso al ver cómo el balón se va por encima en un tiro libre pateado por Neymar, al ‘39. Como puede, el Tri resiste el 0-0 al descanso.
Lo ocurrido al cierre de la primera parte solo puede ser un presagio. Brasil, cuando se decide, es uno de los equipos más potentes del mundo. Juan Carlos Osorio lo ha definido, previo al partido, como el mejor. Así que no es raro que vuelva al campo de la misma forma: encima de México. Exigiendo una y otra vez a Ochoa, como al ‘47, para sacar a tiro de esquina un disparo de Coutinho.
Al frente, sobra decirlo, la producción mexicana es pobre. Y cuando con esfuerzo pisa zona peligrosa, decide mal. Jesús Gallardo conduce largo, recorre metros bien, pero se equivoca en donde mejor hay que decidir: Javier Hernández le marca el hueco, pero opta por un disparo descompuesto, al ‘49. Así no se puede.
Brasil puede no se arrollador en lo colectivo. Le puede pasar en cualquier partido. Pero siempre tiene un ingrediente que le pone por encima de muchos: la magia individual. Neymar saca un taconazo que nadie espera. Y de inmediato pica. Su toque permite que Willian entre como flecha al área. Centro venenoso. Carlos Salcedo no corta con la barrida. Tampoco Ochoa con la estirada.
El mismo Neymar entra con una barrida para empujar a las redes. Gol de Brasil. Algunos levantan la mano. No hay fuera de lugar. Jugada vertiginosa. Destello de calidad individual que resuelve partidos. Y el sudamericano corre. Grita. Festeja. Porque de eso se trata este deporte. Con el riesgo de que pueda llegar a extremos poco elegantes: con el dedo índice en la boca, calla a la afición mexicana. La calidad futbolística, queda claro, no es necesariamente proporcional a la clase.
Entonces, el partido se abre por completo. México tiene obligación y Brasil la inteligencia para jugar con eso. El Tricolor deja espacios. El pentacampeón toca con facilidad incluso dentro del área: diagonal retrasada, derechazo de Paulinho, una vez más Ochoa salva a su equipo, al ‘58. Igual que cinco minutos después, cuando desvía a tiro de esquina el remate de Willian.
La tribuna hace su partido. Casi 20 mil mexicanos han llegado hasta Samara y explota el grito de “¡sí se puede, sí se puede!”. Pero el Tricolor no tiene claridad. De hecho nunca la ha tenido frente a Brasil: este es el quinto duelo en Copas del Mundo y jamás le ha marcado un gol. Hoy tampoco será el día. Está más cerca el segundo que el empate verde.
Espacios abiertos por completo. Pelota profunda para Neymar. Entra al área y encara a Ochoa. Le toca suave, de tres dedos. El portero alcanza a rosar con la punta del pie. Pero la redonda sigue su camino y Roberto Firmino solo tiene que empujarla a las redes. El 2-0 que aniquila la ilusión de 120 millones de mexicanos. Al ‘88 muere la esperanza.
“Imaginémonos cosas chingonas”, ha sugerido Javier Hernández. No será en Rusia 2018. Tendrán que esperar. Hoy solo queda la amargura. La herida abierta de una séptima Copa del Mundo en la que se pierde en la misma instancia. La maldición del cuarto partido que no se puede superar. El dolor de ver los sueños frustrados. Ese dolor que lastima hasta el llanto.