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España transmite preocupaciones imprevistas

La decepcionante actuación de España frente a Túnez conduce a una pregunta inmediata: ¿cómo afectan los partidos de preparación a un equipo? Hay teorías para todos los gustos. Partidos de esta clase, donde los defectos fueron superiores a las virtudes, permiten observar los errores con toda su crudeza, con la posibilidad de repararlos a su debido tiempo. Otra tesis es la que incide en el descenso de la confianza de un equipo que durante un año parecía perfectamente engrasada. Que las alarmas salten a tan pocas fechas del comienzo del Mundial puede afectar a la solidez del equipo y a replantearse asuntos que parecían resueltos. Tampoco es descartable otra opinión, la que considera útil descender a tierra, evitar optimismos exagerados y afrontar el Mundial con todas las alertas encendidas. En cualquier caso, la Selección no transmite, ni de lejos, la misma sensación de autoridad que hace dos meses, cuando noqueó a Argentina en Madrid y fue superior a Alemania en Dusseldorf.

La Selección multiplicó los problemas que existieron, pero pasaron casi inadvertidos, en el duelo con Suiza. Concedió muchas oportunidades, permitió llegadas fáciles de los rivales y tuvo dificultades para resolver la adelantada presión de suizos y tunecinos. El balón, tradicional amigo de la Selección española, se convirtió en ocasiones en un artefacto incómodo. Es un problema que España deberá resolver en Rusia porque los rivales habrán tomado nota de los dos partidos de preparación.

La línea de centrocampistas, donde España suele marcar diferencias, quedó aislada para atacar y para sostener a la defensa. Busquets apenas encontró compañía, obligado a apagar más fuegos de la cuenta. Thiago, que no funcionó bien como medio centro ante Suiza, defraudó como interior derecha. Preocupó el estado de Silva, una garantía indiscutible en los dos últimos años, y tampoco brilló Isco, más cercano a su sufriente versión última en el Real Madrid que al fenomenal centrocampista de ataque en el equipo de Lopetegui.

El seleccionador leyó perfectamente los principales problemas del primer tiempo. Odriozola dejó señales defensivas muy preocupantes. Débil en el marcaje, desorientado en muchas ocasiones, sin poderío en la fricción, fue su peor actuación con el equipo español, donde ha destacado por su atrevimiento en el juego de ataque. No funcionó el eje derecho Odriozola-Thiago. Fueron sustituidos tras el descanso. Para eso sirven las pruebas. Cuesta verlos como titulares, al menos en ese sector, en el partido contra Portugal.

Ante Túnez se reveló un problema imprevisto, no se sabe si circunstancial o estructural. El trío Iniesta-Isco-Silva ha funcionado como un reloj durante el mandato de Lopetegui, tres centrocampistas inteligentes, habilidosos y armónicos, dotados además de un gran sentido táctico. Sin embargo, en Krasnodar mezclaron poco, como si hubieran olvidado el papel que correspondía a cada uno. Sorprendió su escasa relevancia, más aún por el recuerdo de sus extraordinarios partidos contra Italia, Argentina y Alemania.

Por una vez, el partido reclamaba un cambio, algo diferente, una posibilidad que, por fortuna, España puede encontrar en un jugador como Marco Asensio o en un giro del sistema, con dos extremos abiertos: Lucas Vázquez en el lado derecho y Asensio en el izquierdo. Lopetegui eligió esa vía, junto a la utilización de dos puntas, Aspas y Diego Costa. Por ahí ganó el partido España, pero sonó a decisión un poco desesperada.

La victoria no alivió los extraños síntomas de un equipo que gusta menos ahora que hace dos meses. Por ahí conviene regresar al enunciado: han sido dos partidos de prueba y su función es observar al equipo en todos sus aspectos, los positivos y los negativos. Lo preocupante es que han sido más visibles los defectos que las satisfacciones.