Fernando, perdón por tan poco, gracias por tanto
Nora, Leo, Elsa, esto es para vosotros. Para que mañana entendáis eso que hoy pasa ante vuestros ojos, por si acaso, por si hoy aún sois demasiado pequeños para guardarlo. Esta emoción que llena el aire y encoge a todo un estadio a la vez. Este momento, ese tifo de cartulinas, un 9 al aire, la sonrisa que llena la cara de ese hombre al que todos envuelven en un Lolololo. Lloran mientras lo hacen. Llorar callado, llorar de nostalgia porque algo se va y se termina, y no habrá vuelta, y será definitivo.
Hoy es 20 de mayo, tarde nubosa en Madrid. El hombre con pecas está ahí, sobre la hierba, y mira el balón pero a veces los ojos se escapan. A la grada, a la cubierta, al Fondo Sur, como si hiciera fotos, como si guardara todo bajo la C al brazo que hoy Gabi le cede, que tanto llevó. Este Atleti-Eibar es el punto y final de una historia, la suya. Y cómo le duele. Y cuánto le cuesta. Hace mucho que eligió al Atleti no como equipo sino como forma de vida. Dos goles le pondrá a su adiós. Cómo no.
Lolololo. Eso se escucha. Fernando Tooorreees, lolololo. Altísimo. Da igual qué le pase al balón en su rodar infinito. Suena el Lolololo como si muchos quisieran romper el reloj. Pararlo. Aquí, ahora. Con el hombre del 9 a la espalda aún sobre el césped. Todavía está, mañana ya no. Nadie quiere decirle adiós. Nadie puede. Los clínex se agarran fuerte. El día está lleno de ayeres. Porque ese hombre es más que un futbolista. Es el recuerdo de una edad que no volverá, un tiempo. El de la tele sin Netflix y la vida sin likes. Se irá con él. El gol de Albacete y la volea al Betis, el hacerse del Liverpool a tanta distancia. También la bandera del Atleti anudada al autobús de España en aquella Eurocopa, el Mundial. Y la luz en sus piernas en la oscuridad de Segunda. Su corazón siempre ha sido este escudo. Su zancada centella.
El reloj sigue. No sabe parar. O ir hacia atrás y que ese hombre vuelva a ser el chico que soñaba en la grada con Kiko y una noche en Neptuno, aún con todo por delante. Le llaman Torres, le dicen Niño, se lo susurra la grada cuando le abraza tan fuerte, en el segundo gol, su último. También envuelto en ese Lolololo que explica qué ha hecho para merecer esto, que da las gracias por tanto. Tanto como lo que se lleva en su adiós, de todos nosotros. No hay palabras. Quizá sólo esa valga. El Lolololo que ya llora, que ya añora. Porque hay Niños que nunca deberían hacerse mayores. Como ese al que vosotros llamáis papá.