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Las decepciones del Madrid y la nota de Kiev

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Una cosa es la nota y otra los méritos, en la vida y también en el fútbol, como nos recuerda semana tras semana el Real Madrid. En Sevilla regresó a su decepcionante estado en la Liga, que por si alguien lo olvida son 38 partidos de vellón, semana tras semana, desde mediados de agosto hasta finales de mayo. Si eso no tiene ningún valor, para lo bueno y para lo malo, será porque el fútbol se ha idiotizado. A estas alturas se puede hablar de un lamentable campeonato del Madrid, tercero en la clasificación, a 18 puntos del Barça. Está en peor situación que en la nefasta temporada 2005-2006, caracterizada por la dimisión de Florentino Pérez a mitad de curso, la designación de Juan Ramón López Caro como entrenador y la breve estancia de Fernando Martín como presidente. Aquel año, el equipo fue segundo, a 12 puntos del Barcelona.

Ahora mismo, el Madrid tiene el aspecto del brillante estudiante que pretende salvar los muebles en el examen final de curso. Se agarra a la Copa de Europa, la competición más prestigiosa del fútbol, para enterrar los inexplicables desastres en la Liga y en la Copa del Rey. Favorito en la final de Kiev, se ha establecido que un nuevo título —el cuarto en cinco años— no sólo redimiría al Madrid del fracaso en España, sino que impediría cualquier crítica al equipo. Se trata de la típica interpretación oportunista que, con toda seguridad, girará radicalmente si el Madrid pierde. Los calculadores de ahora serán entonces los críticos más furibundos.

Se puede obtener una buena nota en un examen después de fracasar durante el curso, pero eso significa despreciar el mérito cotidiano, el que demostró el Madrid en la temporada anterior. A su victoria en la Copa de Europa añadió el brillante campeonato de Liga, conquistado con gran esfuerzo y excelente fútbol. El reconocimiento fue general. El madridismo, con el entrenador y los jugadores a la cabeza, enfatizaron el valor del título. La unanimidad fue absoluta en el mundillo del fútbol. Se elogió al Madrid como merecía, y hasta se habló de un equipo hegemónico, en condiciones de gobernar el fútbol español y europeo en los próximos años.

Si entonces se consideró que la Liga concedía al Madrid la garantía de autoridad que luego remató en la final de Cardiff, resulta incoherente negar ahora su importancia, más aún cuando el equipo ha obtenido los peores resultados de este siglo. Pocas veces, quizá nunca, se ha visto tanta distancia entre las expectativas generadas y el balance final en la Liga. Peor sería asumir las tesis más cínicas, que esgrimen algo parecido al desinterés del equipo por el campeonato español, como si el éxito de la temporada anterior le hubiera saciado el apetito o estuviera en condiciones de elegir qué título ganar y cuál no. Es una tesis ridícula que además constituiría una burla a los aficionados, afortunadamente convencidos de que el Madrid se juega la vida y el prestigio en cada partido.

Tampoco le favorece al Madrid su trastazo en la Copa, torneo igual de eliminatorio que la Copa de Europa, pero con rivales bastante peores. Jugó contra el Fuenlabrada, Numancia y Leganés. Empató en el Bernabéu con los dos primeros y perdió con el Leganés. Se extendió como justificación una especie de carencia de feeling por la Copa, carencia solucionada cuando la gana.

La realidad de la temporada, con independencia del resultado de Kiev, habla de un Real Madrid más que preocupante, irregular en el mejor de los casos, descosido y débil demasiadas veces, incluso en la Copa de Europa. Ganarla arreglaría la nota, pero no escondería los numerosos deméritos del equipo.