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Barri, el sueño de todos nosotros

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En Aluche, entre Carabanchel y la Casa de Campo, hay un parque con una caja de cerillas dentro donde se juega al fútbol. El campo de Los Yébenes está incrustado en una colonia en la calle del mismo nombre y lleva décadas viendo crecer a los niños de la zona, que van andando de sus casas al colegio y del colegio a entrenar, comiendo el bocadillo de fuagrás de turno. La expresión ‘equipo de barrio’ se creó para clubes así. La humilde entidad siempre fue un equipo de regional, que incluso en sus apariciones en Preferente sufría para mantener la categoría. Se benefició de la crisis y la rebaja de sueldos que trajo ésta a los equipos con mayores estructuras e historia. Por primera vez pudo competir con ellos. Así logró un histórico ascenso a Tercera División en 2013, y otro el pasado año. En ambas ocasiones descendió a las primeras de cambio. La categoría nacional sigue quedándole grande a un equipo tan entrañable como modesto.

Hace justo dos años, allí estaba jugando Diego Barriuso, ‘Barri’, un salmantino venido a Madrid para estudiar INEF que, tras pasar por el Adarve de juvenil División de Honor, mataba el gusanillo del fútbol sin más objetivo que divertirse. Tenía ya 20 años, el equipo estaba en la zona baja de Preferente y él ni siquiera era titular siempre. Este jugador, aparentemente del montón, a quien el fútbol le costaba dinero, puesto que no cobraba ni un euro, tuvo una oportunidad totalmente inesperada. Un compañero del curso de entrenador le había propuesto aquella temporada ser su ayudante en un juvenil del Puerta Bonita. Barri le insistía en que algún domingo fuera a verlo jugar. El entrenador, Javier Escudero, canterano del Real Madrid y que había tenido una buena carrera como futbolista de Tercera, accedió. Finalizando la temporada, asistió a un gris partido de Los Yébenes donde Barri no destacó. Pero vio en el espigado centrocampista características que podían ser potenciadas. Ese mismo verano de 2016, Escudero fue requerido por su amigo y excompañero de vestuario Iván Ruiz. El también canterano madridista, además del Atlético, acababa de ser fichado como entrenador del Móstoles URJC, en el grupo madrileño de Tercera División, y quería a Escudero de segundo. Éste le convenció para que dieran la oportunidad a Barri, que fue fichado para completar la plantilla con el sueldo más bajo del equipo, apenas para cubrir gastos. Ya era una ocasión que parecía por encima de lo demostrado por el jugador en sus dos temporadas como sénior. Pero pasó algo menos usual todavía, y fue a partir de que Iván Ruiz le cambiara la vida.

Yo, que también soy amigo y excompañero de vestuario de Iván y Escudero, fui testigo privilegiado de la gran temporada que hizo el conjunto mostoleño la pasada campaña, jugando playoff de ascenso a Segunda B y cayendo en Peralada. Barri llegó con carencias tácticas y tendencia al despiste, por lo que sufrió el constante marcaje de su entrenador los primeros meses de competición. Era fácil ver que se trataba de un jugador diferente, de los que necesitan más que ningún otro la buena intuición de su entrenador. El machaque psicológico en busca de su mejora fue aceptado como un reto por el jugador. Se trata de alguien con buenos valores, equilibrado y, algo que pocas veces se dice, pero que es crucial, con unos padres geniales que facilitan el desarrollo de su hijo como deportista y persona. Barri acabó sacando todo lo que llevaba dentro, mostrando polivalencia para jugar por dentro y por fuera, abarcando mucho campo y con una facilidad para el desborde poco esperada a priori en un futbolista de su presencia física. Había conseguido asentarse en Tercera a velocidad exprés. Y llegaron las ofertas.

Dudaba si firmar en un Segunda B o aceptar la oferta del filial del Getafe, en la que sería su última temporada como Sub-23. Pidió consejo a Iván, quien le dibujó la posibilidad que se está haciendo realidad estos días. Según llegó al Getafe B, entrenado por David Cubillo, se convirtió en un referente. El equipo marcha en los puestos de honor de Tercera y Barri empezó a entrenar de vez en cuando con el primer equipo. Este pasado fin de semana, con las bajas de Arambarri y Bergara en la medular, fue convocado a Eibar. En el minuto 67, entró por el veteranísimo Sergio Mora. No fue un debut testimonial en Primera, como suele ser habitual. Fue el primer cambio, para fortalecer el centro del campo y defender el 0-1 al lado de Flamini, ex de Arsenal y Milán. El Getafe ganó, mantiene sus opciones de jugar la próxima Europa League y él cumplió de sobra. Incluso hizo una jugada individual con un recorte y disparo desde la frontal y una interpretación de las que hinchan el pecho de cualquier medio centro y que permiten un contragolpe inmediato.

No es casual que el entrenador que le ha dado la alternativa sea Bordalás, quien como futbolista no pasó de Tercera, como tantos de nosotros. Él conoce muy bien que la distancia no es tan grande, y que si la mayoría no tiene oportunidades de progresar no es tanto por calidad como sí por cantidad. Hay muy poco espacio en la élite y muchísimos jugadores en el escalón semiprofesional.

Leía hace poco una oda al talento, entendido entre el público exclusivamente como talento ofensivo y creativo, olvidando que los demás talentos son igual de importantes en el fútbol. Barri, que en septiembre cumplirá 23 años, ha logrado el sueño de tantos aspirantes. No se sabe hasta dónde le llevará, pero raro será que no desarrolle una carrera profesional más o menos decente. Y lo ha hecho gracias al mayor talento que puede atesorar un futbolista. La mayor virtud, sin la que todo lo demás se queda cojo. La determinación. Es esta faceta de la actitud la que marca la diferencia entre futbolistas. Y la más influyente en este precioso juego. No tengo ni la más mínima duda.

Por cierto, buena suerte, Barri.

Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.