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La nueva plenitud de Bale y el precio de la memoria

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Hay jugadores que invitan a una interpretación que excede lo futbolístico, como ocurre con Gareth Bale, futbolista con un punto misterioso. Nunca se sabe si está bien, mal o regular. A veces está tan bien que parece el jugador perfecto, pero esos momentos son escasos y, de algún modo, frustrantes. Pocos jugadores ofrecen señales tan prometedoras y pocos contradicen con más frecuencia las expectativas que generan. Por desgracia, Bale suele caracterizarse por las promesas incumplidas. Sin embargo, no conviene retirarle el saludo, porque dispone de una capacidad sorprendente para renovar sus promesas. Puede que las cumpla algún día.

En el Insular, Bale ofreció buena parte de un repertorio que podría ser ilimitado. Nunca se sabe qué conjunción de astros le permite pasar de la decepción a la explosión. Frente a la UD Las Palmas, le favoreció todo, incluido el ambiente exterior. Fue una tarde veraniega, luminosa, saludable, una de esas tardes que derrota a la tristeza. Conviene atender a estar cuestiones cuando Bale está por medio. Parece que necesita sol y buena temperatura. Su frágil musculatura se ha resentido demasiadas en los meses invernales, por raro que parezca en un galés de pura cepa.

Bale necesita que todos los astros estén perfectamente alineados. Rara vez ha sido el jugador que se rebela contra los elementos. No tiene madera de líder, al menos en el Real Madrid, donde sobra carácter a la mayoría de los futbolistas. Una larga trayectoria de lesiones le han convertido en un jugador con tendencia al ensimismamiento, preocupado, probablemente con razón, por la respuesta de su cuerpo a la exigencias competitivas, una vigilancia que muchas veces le ha restado naturalidad, confianza y energía. Sus incumplidas promesas suelen derivarse de la desconfianza que le merece su musculatura.

Es curioso que uno de los físicos más imponentes del fútbol actual funcione de manera tan desigual. En su mejor condición, Bale es arrollador. Su exuberancia apenas tiene rival en el fútbol. Hasta Cristiano Ronaldo parece terrenal en comparación con el delantero galés. Uno de los grandes problemas de Bale, el otro es su dificultad para entender las sutilezas del juego, es el plazo fijo de su vigor. Tarda en encontrarlo y le cuesta mantenerlo. Cuando alcanza la plenitud invita a un entusiasmo que no tarda mucho en disiparse.

Después de tres meses igual de irregulares que la mayor parte de su carrera en el Real Madrid, en Balaídos regresó como un trueno de su larga lesión muscular, pero después aflojó tanto que no fue titular en ninguno de los dos partidos con el PSG, Bale ofreció una actuación insuperable en el Insular. El campo se le quedó pequeño y los rivales también. Le favoreció la debilidad de la UD Las Palmas, pero ese Bale apabullante sobresale a la vista en cualquier escenario.

Quedó claro que Gareth Bale se sintió feliz y confiado, dos características menos habituales de lo que deberían en el galés. Fue un jugador rotundo, imparable y animado. En días así, Bale invita a soñar. Le mejora todo, incluido la toma de decisiones, tantas veces discutibles. Ahora llega la fase decisiva, la que no ha conseguido arreglar durante sus casi cinco años en el Real Madrid. Le toca marcar las mismas diferencias de el Insular a un gran partido y mantenerse firme de aquí al final de temporada. Después de su exhibición en Canarias cuesta verle fuera del equipo titular frente a la Juve, pero su trayectoria invita a la duda, no sólo entre los aficionados y el periodismo, sino para Zidane, que finalmente le ha retirado la condición de titular indiscutible.