Dallas, la Plaza Dealey, y el fantasma de Kennedy
Uno de los magnicidios más notables del Siglo XX sucedió a menos de un kilómetro de donde se hospeda la Selección Mexicana para enfrentar a Croacia.
El 22 de noviembre de 1963, en torno a las 12:25 del día, la comitiva de cinco descapotables Lincoln X-100 negros en la que se transportaba el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy; su esposa, Jackie; el vicepresidente, Lyndon Johnson; el gobernador de Texas, John Connally, y miembros del servicio secreto, circulaba por Main Street y pasaba justo frente a donde hoy está el hotel en el que duerme la Selección Mexicana antes de enfrentar a Croacia. Al llegar a la Plaza Dealey, a las 12:30 en punto, grió a la derecha para bajar sobre Houston Street. Las crónicas ilustran fervor de los asistentes que desbordaban las calles para vitorear al presidente. El día, muestran los fotogramas de Abraham Zapruder, las instantáenas del Dallas Mourning News, era radiante. Al superar la cuadra, el contingente viró nuevamente a la derecha para descender a través de Elm en una ligera pendiente que desemboca en el Woodall Rodgers Freeway, después de pasar frente al Texas School Book Depository: un edificio de siete plantas, color arcilla, aladrillado, neorrománico. Desde la ventana de la extrema izquierda, la más cercana a la esquina con Houston Street, miraba tímidamente un rifle que descargó tres disparos sobre el segundo coche de la comitiva: uno impactó en un árbol, el segundo perforó el cuello del mandatario, el tercero atravesó su parietal derecho. Media hora después, el teletipo de Associated Press desde el hospital Parkland expandió la noticia por el mundo: John Fitzgerald Kennedy, el 35º presidente los Estados Unidos, había muerto.
Hoy, la Plaza Daeley mantiene su trazado, su parque, su montículo de hierba, casi intocables. La historia sobrevive a sí misma. Sobre Houston Street se erigió un momento a la memoria de Kennedy, el episodio que todo estadounidense que haya vivido en conciencia aquel día recuerda vívidamente: "¿Dónde estabas el día que mataron a Kennedy?", pregunta un señor regordete, traje entallado color añil, los cabellos largos grisáceos, que lidera un grupo de cuatro turistas que rondan su edad. El punto aproximado en el que el tercer disparo impactó al presidente es zona de peregrinación. Algunas personas caminan sobre la acera hasta llegar al sitio, no marcado, que adivinan por mera deducción espacial. Miran fijamente el pavimento. Otros se sientan sobre la hierba finamente cortada del parque contiguo, ese verde infinito y cegador inmortalizado por los fotogramas de la grabación de Zapruder, ese tétrico telón de fondo tecnicolor que acompañó el drama de Kennedy por sobrevivir y el de Jackie que recogía de los trozos del cráneo de su marido esparcidos sobre la cajuela. Fotografían la calle, aprovechan la luz roja e incursionan sobre el pavimento para tomar una selfie desde el lugar en el que Estados Unidos no volvió a ser el mismo desde aquella mañana de noviembre.