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Villarato en el santuario del Rugby

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El Rugby conserva con justicia el sello de ser el más noble de los deportes. Se ha mantenido como santuario de los grandes valores que inspiraron el impulso deportivo, nacido en el siglo XIX en Inglaterra, extendido al resto del mundo en movimiento espiral, edificante... El deporte se concibió como cultivo de los mejores valores físicos y morales de la Especie. A medida que se iba profesionalizando (el fútbol el primero), fue perdiendo algo de su noble intención inicial. Hace mucho que leí sobre la aparición en fútbol del penalti, un castigo infamante. Durante años, algunos porteros se apoyaban en el poste y dejaban que entrara el gol.

El Rugby viene ofreciendo desde siempre un espacio ejemplar al resto de deportes. Cuando conocí el Cinco Naciones (hoy Seis Naciones, por la incorporación de Italia, que no resultó) no había clasificación jornada a jornada, ni campeón, salvo que uno ganara a todos. Y si uno perdía contra todos, se le daba una cuchara de madera. No había Mundial, no había profesionalismo. Los All Blacks viajaron a Sudáfrica a jugar contra los Springboks y eso provocó un boicoteo de los países del África negra a los Juegos de Montreal. No se reprochó. Se suponía que el Rugby estaba por encima de todo conflicto humano, incluso del racismo.

Tal devoción dimana de que el Rugby ha sido valedor último de ciertos principios, el principal de los cuales es que al árbitro no se le discute. Pero he aquí que nuestra Selección ha sido asaltada por un árbitro rumano, nombrado por un presidente de la cosa también rumano. España perdió en Bélgica y Rumanía irá al Mundial gracias a eso. Por una vez, un árbitro fue empujado (por nosotros). Por una vez, una Federación (la nuestra) presenta protesta. Por una vez, el Rugby se ve ante un arbiraje de tono malvado. ¿Cómo salir de esto? ¿Sancionamos los empujones al árbitro o investigamos esas 28 infracciones? El Rugby está en ‘shock’.