100 historias de la Copa del Mundo | 5
Pickles, el perro que salvó el Mundial de 1966
La copa Jules Rimet fue robada en Londres días antes de Inglaterra ’66. En medio de los nervios de FIFA y del gobierno británico, fue encontrada por un perro.
La Jules Rimet era (¿es?) una copa maldita. El simple hecho de que el mundo no sepa su estado actual es el ejemplo predilecto de su conjuro. Deseada por los nazis, escondida en una caja de zapatos durante la Segunda Guerra Mundial, cayó por fin en manos desconocidas, quizá malignas, donde más segura debía estar: en Inglaterra, el país que inventó el fútbol, custodiada por los servicios secretos británicos y admirada por miles de transeúntes que la saludaban a su paso por Westminster.
La Federación Inglesa poseía el trofeo desde enero de 1966. En sus preparativos para la Copa del Mundo, diseñaron varias exhibiciones públicas alrededor del Reino Unido. Su valor asegurado rondaba las 30,000 libras esterlinas. El sábado 20 de marzo, alrededor del medio día, un guardia volvía de su hora del almuerzo cuando encontró la mampara de madera que alojaba a la Jules Rimet destrozada. El trofeo no estaba en el interior, solo las revueltas sábanas blancas que lo cobijaban. Scotland Yard, el cuerpo policial de élite británico, atrajo las investigaciones del caso mientras el robo ocupaba las primeras planas alrededor del mundo.
Al día siguiente, Joe Maers, presidente de la F.A, recibió una llamada telefónica amenazante: 15,000 libras esterlinas, o la Jules Rimet sería oro fundido. Maers contactó a la policía, que urdió un plan para citarse con el autor de las llamadas y recuperar el trofeo. Tras una persecución, agentes de la ‘Flying Squad’ (una división de la policía londinense especializado en robo) arrestó a Edward Betchley, quien respondía al seudónimo de ‘Jackson’. Betchley, un ladrón de poca monta, negó haber robado el trofeo, pero acusado formalmente del crimen.
El 28 de marzo, una semana después del robo, David Corbett, vecino de Beulah Hill, un distrito del sureste londinense, salió a pasear con su perro Pickles, un collie blanco y negro. El can se despegó de su dueño y comenzó a olfatear en un rincón entre un automóvil y un árbol. Cuando Corbett se acercó, reconoció de inmediato a la copa, envuelta en papel periódico. Llamó a la policía de inmediato y viajó en una patrulla hasta la comisaría, donde lo interrogaron, primeramente, como principal sospechoso del hurto. Después, con los cargos contra Betchley, se convirtió en testigo. Y Pickles, en una estrella.
La copa regresó a manos de la F.A. y de la FIFA, quien la otrogó a Bobby Moore, capitán de la selección inglesa, al final del Mundial que ganó el equipo local en una histórica final ante Alemania, definida por el gol fantasma de Geoff Hurst en la prórroga. Corbett y Pickles fueron invitados a la celebración oficial en un lujoso hotel londinense. Según relató Corbett a la BBC en 2016, Moore tomó a Pickles en un balcón y lo alzó victorioso frente al júbilo de la multitud que festejaba en la calle, como si el perro fuera otra copa. Corbett recibió una recompensa de 5,000 libras, que invirtió para comprar una nueva casa en el acomodado barrio de Surrey. Pickles murió al año siguiente, ahorcado con su propia correa que se había atorado en un árbol cuando perseguía a un gato. Sus restos están enterrados en el jardín trasero de la casa de Corbett en Surrey. “En las noches cálidas salgo, hablo y brindo con él y la agradezco por todo”, relata el dueño del perro que salvó un Mundial.