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Leo I el Impecable

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La telaraña. Habría que remontarse a los tiempos de Matías Prats y de Enrique Mariñas, los legendarios comentaristas de Radio Nacional de España de los años 60, para encontrar una mejor definición del efecto que tiene un gol para quien narra un partido. Fue Lluis Flaquer en Carrusel Deportivo. Messi se preparó para el lanzamiento, hizo que el balón descansara unos segundos y luego lanzó un tremendo trallazo cuyo diseño debe venir de sus años de niño en el potrero. Cuando el balón se alojó en la esquina superior izquierda de Oblak el Invencible y ya el Barça se dispuso a ganar un partido decisivo, el extraordinario narrador que es Flaqui explicó: “Descanse en paz la araña que habitaba en esa esquina”. Punto final para un gol que pone en marcha una historia nueva en LaLiga española de fútbol. Ahora ya su perseguidor, su dignísimo perseguidor en el campeonato, está, como dice el tango, “cuesta arriba en la rodada”. Cuando acabó su hazaña, Messi se fue al banquillo. A abrazar a los suplentes. Este hombre sabe lo que hace. Impecable.

La Copa. Fue un partido de Copa decisivo para LaLiga. El Barça rectificó su desgana de los tres últimos partidos regulares y arreó con todos sus efectivos, al mando de Iniesta. El manchego hizo un partido emocionante; explicó en la defensa, en la media y en la delantera, lecciones de brillantez y de sensatez. En la primera media su concierto fue nítido, nadie puede hacer en el campo esas cabriolas inteligentes, pues es constante en la calidad de su esfuerzo. Y en el minuto 34 se fue del campo, roto. No fue fácil para él despedirse, pero no hubo más remedio. Antes de que comenzara el partido el público rindió homenaje a Enrique Castro Quini, fallecido esta última semana, héroe del fútbol español por encima de cualquier partidismo. Puede haber otros herederos de esa bonhomía que distinguió a Quini; uno de ellos es Iniesta. Cuando recibió el aplauso del estadio, en el momento en que se abrazó a Messi para entregarle el brazalete de capitán, es una escena emocionante de la historia del fútbol el mismo día en que la gente despedía en todos los estadios de España la figura imborrable del gran goleador asturiano. Iniesta es un Quini de nuestro tiempo. Rindo honra a ambos. Y a don Luis Suárez, que ayer nos dio la alegría de reincorporarse ante el micrófono de la SER.

Cervantes y Sautier. A Iniesta lo sustituyó André Gomes, que es como si a Miguel de Cervantes lo sucede en el campo de la escritura Guillermo Sautier Casaseca. Los errores del portugués coincidieron sucesivamente con broncas del público y con cabreos de Ernesto Valverde, que prefería (es humano) que no pitaran a su jugador más pitado. Pero así es la vida. El Barça pierde calidad y dominio cuando este joven (aspirante, en su contrato, a cobrar más si gana el Balón de Oro: eso dijeron en Carrusel) ingresa en el campo. Conservaron la fuerza y el estilo allá atrás Piqué (soberbio), Umtiti y el muy sensato y eficaz Sergio Busquets. Fue un partido que, en su segunda parte, pudo desequilibrar el Atlético, pero esa retaguardia azulgrana fue segura e inteligente. Nadie hizo nada del otro mundo, ni en un lado ni en otro; pero, cuando peor lo tenía el Barça en el hueco dejado por Iniesta, esa tripleta impidió que la dupla Diego Costa-Griezmann desequilibrara la herencia mínima arbitrada por Leo I el Impecable. Ya agotó todos los adjetivos, me decía Óscar Rubio, soporte sentimental del Getafe. Pues el de Impecable se lo gana cada vez que tira una falta como esta de ayer. Ganó Messi. Otros dirán que ganó el Barça.