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Las mujeres florero son historia también en los circuitos

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Me ha costado decidirme a opinar sobre el asunto de las azafatas en las carreras. O mejor dicho, sobre la polémica de que estén fuera de ellas a partir de ahora en la Fórmula 1 por la decisión de los nuevos responsables del campeonato. La cuestión es delicada, compleja, así que he preferido leer y escuchar opiniones de todo tipo para intentar apuntalar mi propio criterio. Tampoco así ha sido fácil. Suponía sacudir algunas evidencias que en realidad no lo son, supuestas obviedades que empiezan a desprender cierto tufillo a rancio por mucho que toda una generación de hombres hayamos crecido aceptándolas con naturalidad, sin ni siquiera cuestionarlas. Y sí, creo que hoy las mujeres florero sobran en las parrillas tanto como en cualquier otro contexto que podamos plantear. 

Es obvio que muchas de ellas (en la misma proporción que los hombres) son inteligentes, están preparadas para algo más que sujetar un paraguas y tan sólo pretenden realizar un trabajo con profesionalidad y dignidad, ganarse la vida en definitiva. Pero seamos honestos: no se las contrata por esas virtudes que a buen seguro atesoran, ni en la mayoría de los casos se las viste de como se hace con tal intención. En realidad son simples reclamos publicitarios, anuncios con larguísimas piernas y curvas llamativas, que se transforman en un objeto comercial carente de sentido en estos tiempos, si es que alguna vez lo tuvo. Cosificación, lo llaman…

No veremos azafatas poco agraciadas físicamente. Ni tampoco con el sobrepeso tan instalado en la calle, entre ellos y en ellas. Casi nunca vestida con discreción, más bien luciendo sin pudor sus encantos evidentes a los ojos de los machos, los dueños de un deporte que monopolizan. Reclaman su derecho al trabajo y desde luego que lo tienen, pero creo que siempre en un marco tanto de igualdad como de respeto. Y quienes contratan a estas mujeres no suelen reparan en tales detalles, su objetivo es bien distinto y denigrante para ellas, incluso con su consentimiento. Los niños explotados también trabajan para sobrevivir y nadie defiende que se deba admitir, mucho menos jalearlo.

Quede claro que no se trata de machismo sólo en las carreras de coches o de motos, ni siquiera en el deporte. Hablamos de una lacra social. Me resulta igualmente inaceptable la perfección de las modelos de pasarela, los arquetipos utilizados en la publicidad o que las mujeres del tiempo en la tele se hayan convertido en una especie de reinas de la belleza (por no mencionar esos insultantes certámenes al más puro estilo feria de ganado). El mundo no es así, ya no. Toca ser sinceros y admitir que adornar la recta de un circuito con tías buenas no debería hacernos sentir orgullosos, es tan casposo como anacrónico. Confieso que me ha costado entenderlo, incluso asumirlo, pero dicho queda. Puede que esté equivocado, pero hoy es mi firme convencimiento.