Primero susto, después goleada
Mostró su candidatura el Atlético a la Europa League. Supo reponerse al tanto de Fischer. Griezmann hizo un gol y dio una asistencia. Saúl, Gameiro y Vitolo sentenciaron la eliminatoria.
Saúl, la Europa League. Aquella competición en la que debutó le recibía seis años después para comprobar cuánto ha crecido aquel chaval que debutó rojiblanco ante el Besitkas, en 2012, cómo hoy siempre aparece en los momentos importantes. En la Champions llevará siempre esa muesca llamada Bayern. En la Europa League, se echó la responsabilidad sobre sus tacos en el momento el que el Atleti rozó el drama en el Parken Stadion. Después dejaría el vuelo en las botas de un debutante en el torneo. Griezmann, Europa League. Van a llevarse bien.
Porque comenzaba la Europa League con bengalas en Copenhague y una posibilidad de redención. La de Moyá y su Copa: al portero que no se podía ni resfriar, Oblak, le agarró la gripe. Pronto encajó el Atleti al Copenhague en la portería contraria. Dos minutos de reloj y ya tres oportunidades de ponerse por delante. Primero Griezmann, pero al final picó demasiado, paró Olsen y el rechace, de Koke, se estrelló en un contrario. Después Saúl, pero ese balón se iría fuera. El Copenhague no quería la pelota.
Para el Atleti tenerla era un reencuentro. Y descubrir que a pesar de los años, cinco ya, las canas, alguna, o los cuerpos ensanchados, todo en el fondo sigue igual. La Europa League es ese viejo amigo que, a pesar los años sin verse, sigue sabiendo cuál es la palabra adecuada. Al Atleti le recibió con un susurro al oído. Lyon, Lyon. Por si se le había olvidado qué grandes fueron, un año, dos, los jueves.
Y con la lección Qarabag fresca, dominaba, movía, llegaba por la derecha, llegaba por la izquierda, como la hierba del Parken Stadion fuese una alfombra verde que el Copenhague hubiese desplegado ante él. Lo confirmaba otro balón de Griezmann, en 7’, que se fue marchó fuera afeitando la madera. Si en el 12’ Simeone clamaba al cielo, que se deshacía sobre su cabeza en agua nieve al ver a Griezmann estampar en el cuerpo del portero un mano a mano, solo, toda la red ante él, tres minutos no sabría donde meterse: con un disparo al Copenhague le había bastado para hacerle un gol.
Porque resultó que pasó de la línea del centro del campo una vez. Y siguió corriendo, hasta el área de Moyá. Y a Ankersen le dio por disparar ante un Godín que se preocupó más por el balón que por el jugador. Fischer se le coló por detrás y lo envió a la red. El tortazo que no dolió demasiado porque seis minutos después entonces apareció él, Saúl, aquel chaval en 2012, convertido en hombre. Saúl con toda su ansia, su furia y su talento para besarse el tatuaje de la muñeca, su celebración de gol. Se lo puso Griezmann, balón parado, pico del área, y Olsen sólo pudo presentir la muerte al ver a Saúl saltar en el primer palo y cabecear el balón hacia su red. 1-1. Imprevisto corregido.
Quince minutos después Gameiro lo dejaba en anécdota. Fue la enésima de la conexión francesa, esta vez triángulo. Porque si Lucas centró, Griezmann inventó y Gameiro encajó. El Copenhague respondió con un sustito, de Sotiriou, al enviar un balón manso a las manos de Moyá. Salvo Fischer, el nivel del Copenhague era de pachanga entre amigos un domingo por la tarde. Y exagerando.
En la segunda parte al Copenhague, salvo un cabezazo de Pavlovic al final, que cimbreó el poste, no se le iría al equipo de casa el gesto tembloroso con el que se había presentado. El Atleti ya ganaba y se gustaba. Gameiro buscó hacer más grande la brecha con un balón a la escuadra que se fue alto por un dedo. Ese honor tenía un nombre, Griezmann. Que a su partido, sólo le faltaba el gol y fue el tercero, la redención tras los fallos ante Olsen. Lo celebró haciendo el pingüino mientras los últimos románticos alzaban sus banderas rojiblancas a ritmo de esa frase, Atleeeti, Atleeeti. Se oiría alta por última vez en el gol de Vitolo, el último de este Atleti que, acaba de volver a la Europa League, y ya otea sus octavos.