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El agujero de gusano de la Copa

México

Las manecillas del reloj jamás pesaron tanto. Fuera de Butarque el tiempo transcurría normal. Dentro se vivía en una anomalía espaciotemporal. Un agujero de gusano. Las cosas de la Copa. La hora que tardó el Leganés en saltar al campo en el último entrenamiento a puerta cerrada antes de jugar la vuelta de las semifinales mutó en un yo qué sé eterno. Siglos de espera con epicentro en el vestuario local. Allí impartió Garitano su última charla. Hubo vídeo. Puede que algo más. Arengas épicas, aquelarres para lograr la machada o sólo una familia unida dándose ánimos. Da igual. Pero hubo algo. Sólo así se explica la tardanza. No es lo habitual.

Tampoco lo es ver al Leganés tan lejos en el torneo. Pero desde hace años, este equipo hace alquimia con la quimera para convertir los imposibles en oro. No es lo único que se transforma al sur de la capital. Ayer en sala de prensa, su entrenador se convirtió en Luis Aragonés. “Ganar, ganar y ganar y volver a ganar”, entonó Garitano. No lo dijo tal cual. Pero repitió el verbo casi las mismas ocasiones. O más. Cuando le compararon con el Sabio, Asier carcajeó. Eso fue dos horas antes de que se pusiera fin a la espera. Por fin los futbolistas salieron al césped del estadio bajo un cielo encapotado. Gris añil alejado de los habituales (y ya famosos) atardeceres rojizos propios de Butarque. Otra anomalía que sumar al agujero de gusano. Hoy el fenómeno se trasladará al Sánchez Pizjuán y se dejará sentir en Leganés para volver a lastrar las manecillas: 90 minutos que serán eternos. 90 minutos para la gloria.