Miguel Layún no pudo realizar su debut con el Sevilla
El mexicano se quedó en la banca en el duelo donde su nuevo club igualó 1-1 ante Leganés en la Copa del Rey.
Eraso colocó la bola con delicadeza. El Leganés estaba desahuciado. Pero él es de Pamplona. Navarro. Un empecinado criado en Lezama y amamantado en Butarque, donde los sueños se cumplen. Uno de ellos se escondió tras su córner. Bajó la bola con nieve y Bustinza la cabeceó con hielo. Feo. Horrible. Iba al palo izquierdo de Sergio Rico. Siovas paseaba por allí despistado. No necesitó ni saltar. La peinó tímido. Como el brinco (o no brinco) del portero, taladrado al suelo. Incapaz de elevarse. La bola entró. Butarque estalló en un grito de gol infinito. Era eso y mucho más. Este fallo del arquero dio vida en la Copa a un Leganés que ya parecía condenado tras el dominio visitante de la primera mitad. Muriel adelantó a los de Montella, que se marcharon a casa con este tanto como tesoro al que aferrarse para una vuelta que se intuye igualada. En este partido, el mexicano Miguel Layún se quedó en la banca en lo que sería su estreno con el cuadro sevillano.
El himno del Lega no es como del Arrebato. Se hizo en los 90, tras el primer ascenso a Segunda. Escuchado a palo seco no es bonito. Su estrofa más famosa es humilde en cada letra. Esta vez rugió como cántico universal. Después de los AD/DC (tienen calle en esta ciudad), relampagueó entre 10.000 corazones pepineros. Taquicardias de ilusión. Ambientazo para la épica. Butarque fue otra vez lo más parecido al Teatro de los Sueños.
Muriel deshizo inicialmente el embrujo. Su gol desperdigó alquimia de la impotencia en el césped. En las gradas. En los futbolistas de Garitano. Del ‘Sí se puede’ al ‘quiero, pero no me dejan’. Porque en el prólogo del primer tiempo la maquinaria blanquiazul engranó sus piezas como en el Pepinazo.
Dos brocas relampagueaban en busca de los huecos en el muro de Montella. Pero Beauvue y Amrabat, espoleados por Gabriel, no levantaron más que esquirlas en ese acero negro forjado del Pizjuán. Hasta Navas parecía imbuido de una aleación especial. Fibra de carbono en el lateral derecho. Su costado fue por el que más percutió el Sevilla. Y todo a mucha velocidad. Para Montella los prolegómenos son minucias. Aquí te pillo. Aquí te marco.
Combinaciones rápidas que descorcharon la primera heroicidad de Champagne en el 3’. Fue un centro envenenado que despejó felino. En la siguiente no pudo sacar la capa. Muriel la metió. Transición fugaz. Sarabia le habilitó en la contra. Para el Lega se esfumó la señal. Llegó la carta de ajuste. O incluso el fundido a negro. Como la camiseta del Sevilla. Como el resultado que se intuyó antes de los dos nuevos paradones de Champagne a Lenglet y Mercado.
Se rozaba el descanso. Butarque intuía la tragedia con Brasanac caminando en el alambre de la expulsión. Garitano lo sentó. Eraso lo sustituyó y de sus botas nació la esperanza. Él sacó el córner del empate. Ayudó Sergio Rico, ancladas sus botas al césped. Como dos bloques de hormigón. No saltó en un balón fácil que peinó dentro del área chica el gigante Siovas. Él gritó falta. Butarque rugió esperanza. Volvió AC/DC. Todo era rock duro para el Lega. Las anticipaciones de Bustinza o los sombreros de Gabriel. Las arrancadas de El Zhar y el batallar de Amrabat. Todo cargado de épica hasta el final para defender un resultado que permite a Leganés seguir ilusionado. Butarque sigue siendo el Teatro de los Sueños.
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