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Bienvenida entre atascos

“¿Qué vienes, a ver al jefe? ¿Al ‘matador?”. Cyril Despres interrumpe la visita al vivac de Peugeot para saludar con un castellano casi perfecto. “¡Bienvenido! Jesús. Fácil de recordar”, y sonríe el francés, cinco veces ganador del Dakar en motos. Después sigue con las comprobaciones junto a mecánicos e ingenieros, dentro y fuera del coche, arrancado o apagado. Los vehículos esperan su turno para las verificaciones repartidos en las dos bases del Dakar en Lima antes de la salida del sábado.

Han sido para todos días de instalación en Las Palmas, una base aérea militar situada en el centro de Lima y tomada por la organización, los medios y los equipos. En El Pentagonito, la segunda base, se sitúa el Dakar Village y aguardan los fans al pistoletazo de la primera etapa. Entre ambos enclaves hay varios kilómetros, distancia pequeña en muchas ciudades pero enorme en capital de Perú, porque hay atascos en cada avenida que son mucho más intensos en la carretera Panamericana que recorre el país en paralelo a la costa.

Y no se requiere paciencia al volante: son mayoría los que se lanzan al arcén, de tierra y polvo, para avanzar unos metros antes de la próxima detención. Poco importa si conducen un motocarro, un minibús, un trailer que luce el lema “en memoria de mi suegra” o un Peugeot dos veces ganador del Dakar, también de vuelta a la base. Todos convergen a la misma hora en la Panamericana, de regreso a Lima, a la izquierda queda el Pacífico y a la derecha un mar de chabolas y villas de miseria. El atasco iguala a ricos y pobres.