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Justin Gatlin, un sospechoso habitual

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El público de Londres repartió el pasado 5 de agosto, casi por igual, ovaciones a Usain Bolt y abucheos a Justin Gatlin, en la carrera de 100 metros. El héroe se despedía de la prueba reina de la velocidad con un bronce. Una fiesta sólo ensombrecida, a juicio de los aficionados, por el campeón mundial de aquel día, por un atleta castigado por su oscura historia de dopaje, con dos positivos en 2001 (anfetaminas) y 2006 (testosterona). Entre medias se colgó el oro olímpico en Atenas 2004. Siempre fue competitivo. Actualmente, a los 35 años, sigue entre los más rápidos del planeta, pero a nadie ya ilusionan sus zancadas. Gatlin es un sospechoso habitual. El reportaje de Telegraph le ha vuelto a colocar en el foco de la polémica. La noticia no ha extrañado a nadie. Quizá sólo al principal protagonista.

Su reacción ha sido despedir a su entrenador, Dennis Mitchell, otro ilustre galgo de los tiempos borrascosos. La IAAF y la USADA han abierto una investigación, aunque no está claro que las pruebas impliquen directamente a Gatlin. Hay contradicciones. El estadounidense, una vez que ha cumplido sus sanciones, tiene tanto derecho a competir, como el público a silbar. Hace unos días escribíamos que Chris Froome debía despegarse de los hábitos del viejo ciclismo si pretendía abanderar el nuevo. El mismo discurso sirve para Gatlin, porque los 100 metros están igualmente azotados por el dopaje: seis de los diez más rápidos de la historia se han visto envueltos en escándalos. Por eso, si en verdad quería redención y credibilidad, el camino equivocado era rodearse por ese entorno del que ahora reniega.