Ni el subidón de ver al valiente Berizzo en el banquillo sólo 17 días después de ser operado. Ni la motivación de alcanzar la victoria mil del Sevilla. Tampoco que Jesús Navas se convirtiese en el jugador con más partidos de la historia del club. Nada de eso empujó a un Sevilla sin fútbol a tirar el muro que Oier, portero casi anónimo pero ya con una trayectoria, se construyó en la portería del Levante. El 0-0 semiabre la puerta de la crisis en el Sevilla y alivia al Levante, que jugó el partido que le gusta a su entrenador. Muñiz es metódico y ortodoxo. Su equipo se desplegó con criterio en el campo y manejó bien los espacios. Eso no quiere decir que el Levante jugase al catenaccio. Al contrario, se acercó al gol tanto como el Sevilla. Especialmente en la primera parte. Jason estrelló contra el palo un tiro libre magistral. Sólo minutos antes, Sergio Rico le había sacado una mano de antología a Enes Unal en un contragolpe de manual granota. Morales, bullicioso como es norma, y Campaña, un talento para el fútbol criado en la carretera de Utrera, dejaron al turco solo con la gloria. La mano mágica de Rico se la quitó.
El Sevilla ha perdido ángel en su fútbol. Los brotes verdes observados cuando Banega retrasó su posición para ayudar en la creación a Pizarro ya han desaparecido. El Sevilla fue un equipo inconexo y con poca épica pese a la cortina de agua que cayó en Nervión. Eso sí, produjo un palo (Mercado) y un número suficiente de oportunidades para hacer héroe del partido a Oier, que paró balones hasta con la cabeza (57’ ante Ben Yedder). Ganso también se encontró con el portero de Irún. El brasileño estuvo sencillamente decepcionante.
Navas le puso un poco de picante al partido pero el Sevilla no resultó desbordante como en otras ocasiones. Al contrario, se le vio algo apagado. Sin gasolina, fútbol, ideas ni voluntad para ganar. El Levante no se fue apurado y se marchó con uno de esos empates que resucitan. El estado de pesimismo ya es sólo cosa del Sevilla.
